Adiós al presidente de la UCAM

José Luis del gran poder

José Luis Mendoza

José Luis Mendoza / La Opinión

Ángel Montiel

Ángel Montiel

En las ceremonias de graduación de los alumnos de la UCAM los familiares de los recién titulados aplaudían a rabiar el discurso de Mendoza con la esperanza de que se diera por satisfecho y concluyera. A lo suyo le llamaban El Sermón, y como pieza retórica lo era, además de interminable, pues aprovechaba la ocasión para expresar todo su doctrinario, y lo hacía con gestos y ademanes más propios de un cardenal de la Iglesia que del presidente de una sociedad civil.

Y es que Mendoza nunca tuvo un proyecto, sino una misión. Una misión encargada desde muy arriba: «Dios me ha dicho que la UCAM debe impartir Derecho». Frente a tamaño valedor ¿quién se atrevería a poner trabas? Pues bien, hay que registrar que se las pusieron desde el mismísimo principio, tal vez desde donde menos las esperaba, pero las fue venciendo todas, una a una, partido a partido.

La consejería de Educación, en tiempos de Cristina Gutiérrez-Cortines, llegó a contratar páginas completas de prensa para advertir a los murcianos de que si matriculaban a sus hijos en la UCAM no tendrían garantizada la convalidación de los títulos. El Gobierno entendía entonces que las ‘universidades católicas’ se regían por el Concordato y no podían ser equiparadas a las ‘universidades privadas’.

La controversia se disipó pronto, pero le siguió un conflicto con la propia Iglesia cuando el obispo Reig Plá reclamó la titularidad de la UCAM de acuerdo a una normativa del Vaticano que Mendoza interpretaba de otra manera, es decir, a su favor, polémica que concluyó con el nada sorprendente traslado del obispo a otra diócesis. Los óbolos a la Santa Sede, la ‘amistad’ con los Papas (Juan Pablo II y Benedicto XVI) y sus secretarios, la intercesión del todopoderoso secretario de Estado del Vaticano Tarsicio Bertone, y ciertas cortesías con el arzobispo Antonio Cañizares (consta que Mendoza le regaló un coche) allanaron el camino junto a su indiscutible voluntad de hierro.

Los profesores y colaboradores de carismas como Comunión y Liberación y el Opus, que se situaron en favor de Reig Plá, fueron despedidos o decidieron despedirse por su cuenta. De entre quienes tenían adscricpción religiosa quedaron campeando los kikos, corriente a la que pertenecía el propio presidente de la UCAM. Los miembros del Consejo Interuniveritario que ponían reparos a sus iniciativas tampoco le duraban mucho, incluso aunque fueran del PP, o precisamente por eso. Al Gobierno lo presionaba con la movilización de los padres de sus miles de alumnos, y ante las críticas de la prensa insinuaba la creación de un diario desde su Facultad de Periodismo que tendría como primeros suscriptores a sus miles de matriculados. Tildaba de masones a los directivos bancarios que le regateaban financiación, aunque compartiera con ellos misa dominical en la misma iglesia, y tachaba de instrumentos del diablo a los políticos que le ponían pegas.

También tuvo sus más y sus menos con el Ayuntamiento de Murcia, aunque finalmente éste se resignó con sobresaliente ventaja para Mendoza, quien obtuvo la cesión de unos terrenos a cambio del uso público de futuras instalaciones deportivas, y el alcalde Cámara le llevó el tranvía a las puertas del monasterio de Los Jerónimos. Cuando por fin obtuvo el plácet de la Aneca para impartir Medicina, el entonces consejero de Universidades y exrector de la UMU, José Ballesta, improvisó un viaje al extranjero, sin objeto conocido, para no tener que firmar personalmente la aprobación de ese grado.

La condición friki, que indudablemente tenía por sobreactuación de su faceta religiosa, tuvo su colofón durante la pandemia, cuando advirtió públicamente que las vacunas tenían la función de instalarnos un ‘chis’ que portaba ‘las fuerzas del mal’. Gracias a que en su entorno trataban de controlar ese tipo de exposiciones no se prodigó más en declaraciones extravagantes, que aún lo eran más por provenir del presidente de una institución universitaria.

Sus posiciones políticas, decididamente reaccionarias sin mayor complejo, lo convirtieron para la izquierda en el símbolo de una Murcia enquistada estructuralmente en la derecha, pero para el PP tampoco ha sido fácil la convivencia con una personalidad de insaciable voluntad de expansión, y dispuesta a no someterse a contención alguna para alcanzar sus objetivos, en su mentalidad, cumplir su divina misión. Sus amagos de simpatía por Vox han transmitido en algún momento cierto nerviosismo a la cúpula popular, sabedora de que la UCAM es una máquina de poder e influencia nada desdeñable a estas alturas.

Pero si nos quedáramos con la cáscara, es decir, tan solo con las extravagancias y los ‘golpes de poder’ perderíamos de vista que Mendoza ha conseguido consolidar una universidad privada con marca en el mundo del deporte y, más recientemente, en el de la investigación científica (Hi-Tech).

La UCAM, una vez superada la etapa de su inintercambiable fundador y si no se pierde en disputas sucesorias, es ya un patrimonio importante de esta Región en el ámbito privado. Ese es su legado.