Medio ambiente

El deterioro del Mar Menor supuso un ‘hachazo’ de 100 millones a la renta de las familias

Entre 2015 y 2019 cada hogar situado en el entorno de la laguna salada perdió 5.190 euros brutos de media, según un estudio de la UMU y la UPCT

Algas acumuladas en la costa de Los Urrutias, Cartagena, en una fotografía tomada en 2022. | IVÁN URQUÍZAR

Algas acumuladas en la costa de Los Urrutias, Cartagena, en una fotografía tomada en 2022. | IVÁN URQUÍZAR / Juan Daniel González

La degradación del Mar Menor supuso una reducción sobre la renta bruta familiar de unos 100 millones de euros entre 2015 y 2019. En concreto, las poblaciones bañadas por el Mar Menor, a saber, San Pedro del Pinatar (Lo Pagán y Los Cuarteros), San Javier (Santiago de la Ribera y la parte norte y central de La Manga), Los Alcázares y Cartagena (El Carmolí, Los Urrutias, Los Nietos, Islas Menores, Mar de Cristal, Playa Honda, Playa Paraíso y parte sur de La Manga), soportaron entre este periodo una reducción directa del 7% de la renta bruta familiar y una indirecta del 11% respecto de distritos no afectados, causando una reducción total del 18%.

Así lo cuantifica un estudio realizado por un grupo de investigadores conformado por Máximo Camacho, catedrático de Universidad del Departamento de Métodos Cuantitativos para la Economía y Empresa de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Murcia (UMU); la doctora en Economía Genoveva Aparicio, perteneciente al departamento de Economía, Contabilidad y Finanzas de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT); y Mariluz Maté Sánchez-Val, catedrática en el mismo departamento de la UPCT.

Según la investigación, la renta media anual de los hogares de las poblaciones afectadas fue de 28.676 euros en 2019. Por tanto, un 18% de reducción «implica una pérdida de renta bruta de 5.190 euros por hogar». En términos divulgativos, explican los investigadores, «una familia de un distrito censal afectado por la degradación del Mar Menor en 2016 tuvo una pérdida de renta equivalente al coste que supone que uno de los hijos de esa familia estudiase un grado en la universidad».

El trabajo, que ha sido aceptado para su publicación en Ecological Economics, una revista líder mundial en el tratamiento económico de los problemas ecológicos, propone una manera novedosa de cuantificar económicamente el efecto causal de problemas medioambientales dentro de los conocidos como modelos de ‘diferencia de las diferencias’, incorporando interacción espacial a los modelos tradicionales.

Mari Luz Maté, Máximo Camacho y Genoveva Aparicio, investigadores de la UMU y la UPCT que han elaborado el estudio. | ISRAEL SÁNCHEZ

Mari Luz Maté, Máximo Camacho y Genoveva Aparicio, investigadores de la UMU y la UPCT que han elaborado el estudio. | ISRAEL SÁNCHEZ / Juan Daniel González

En el caso concreto del Mar Menor, los investigadores han estudiado el efecto causal de la Proliferación Microalgal Nociva (Harmful Algal Bloom, HAB en inglés) que tuvo lugar en 2016, es decir, el crecimiento excesivo de microalgas en el entorno, cuyos efectos fueron, por ejemplo, la turbidez de las aguas, la anoxia marina y la mortalidad masiva de peces. Unas consecuencias que fueron perceptibles hasta 2018.

La novedad recae en que la investigación no solo tiene en cuenta el efecto causal directo, como proponen los modelos tradicionales, sino, además, «el efecto causal indirecto espacial derivado de que las zonas geográficamente próximas al problema medioambiental también se ven afectadas por el mismo, produciéndose efectos de contagio negativos entre ellas».

Las razones por las que se debe tener en cuenta el efecto contagio son diversas, apuntan los investigadores. En primer lugar, «las zonas costeras suelen compartir interdependencias económicas, como el turismo, la pesca y las actividades recreativas. Cuando se produce contaminación del agua de mar en un territorio costero concreto, los distritos censales vecinos pueden experimentar repercusiones económicas indirectas. Por ejemplo, un descenso del turismo o de la productividad pesquera en una zona puede tener efectos adversos en los servicios turísticos prestados en barrios o poblaciones cercanas, como locales de restauración, comercios, etcétera».

En segundo lugar, añaden, «la contaminación del agua de mar puede desencadenar mecanismos de retroalimentación ecológica que exacerban la propagación de la contaminación. Por ejemplo, un aporte excesivo de nutrientes puede alimentar la proliferación de algas, que a su vez agotan los niveles de oxígeno en el agua, provocando una mayor degradación ecológica. Estos efectos en cascada pueden extenderse a los distritos censales vecinos y contribuir a la propagación de los efectos indirectos».

Compensación

En tercer lugar, «los territorios costeros suelen compartir masas de agua, como bahías o estuarios, lo que puede facilitar el transporte de contaminantes. La contaminación del agua de mar en una zona puede ser arrastrada por las corrientes de agua o las mareas a las regiones adyacentes, provocando la contaminación y la degradación del medio ambiente en esas regiones».

Estos resultados se pueden aplicar, por ejemplo, «en caso de que los gobernantes piensen en compensar a las secciones censales afectadas por el poder adquisitivo que han perdido durante los años del HAB, por ejemplo, mediante deducciones fiscales», según los investigadores.

Otros estudios

Actualmente, el grupo de investigación conformado por Máximo Camacho de la UMU, Genoveva Aparicio y Mariluz Maté de la UPCT, está llevando a cabo otro estudio, centrado en cuantificar el impacto de la presencia de elevadas concentraciones de nitratos y, por el contrario, de áreas naturales protegidas, en los movimientos de la población. Éste estudio lo están enfocando en toda la costa del Mediterráneo español, desde Granada hasta Girona, pasando por la Región de Murcia. «Esperamos que nos lleve a concluir cómo de relevante resulta para la población residir en zonas que preservan el valor ecológico del entorno natural», afirman los investigadores.

Otra de las líneas que pretenden abordar a medio plazo es la evaluación de los servicios ecosistémicos que el Mar Menor proporciona a la población residente y visitante, a saber: la provisión de espacios y zonas para el desarrollo de actividades deportivas y lúdicas o de salud (baños de lodo), la provisión de alimento (pesca), la belleza del paisaje o la calidad de las aguas, entre otros. Ello con el fin de valorar el impacto que tienen estos servicios en la economía.

La eutrofización y su impacto negativo sobre la economía

Aunque el trabajo llevado a cabo por los investigadores de la UMU y la UPCT, Máximo Camacho, Genoveva Aparicio y Mari Luz Maté, solo permite medir el impacto causal de la proliferación de las microalgas sobre la renta familiar de los distritos afectados, y no las razones por las que este hecho se produce, «no resulta muy difícil intuir el mecanismo que produce esta relación negativa», asegura Máximo Camacho, uno de los docentes que ha participado.

Para ejemplificarlo, el profesor de la UMU cita a Becheri, un economista italiano que ante el grave episodio de eutrofización sufrido en Rimini (Italia) en la costa adriática en 1988, dijo que «no es posible visitar la playa si el mar ya no está disponible». En ese momento se cifró la caída de pernoctaciones hoteleras en la costa afectada por el proceso de eutrofización en un 50% sólo en un año.

De forma similar, explica Camacho, en la costa murciana del Mar Menor, la calidad de las aguas ha empeorado en los últimos 20 años. Ya en 2001 la Comisión Europea declaró que el Mar Menor pasaba a ser una zona vulnerable a la ocurrencia de procesos de eutrofización de manera recurrente si no se emprendían acciones para frenar la contaminación.

Sin embargo, fue en 2015 cuando la concentración de clorofila de las aguas se disparó hasta niveles que multiplicaban por 10 los registrados hasta el momento. A finales de 2016 los niveles de clorofila se dispararon hasta valores no registrados con anterioridad y que dieron lugar a la llamada ‘sopa verde’. En ese momento, tanto el mar como los servicios que éste proporciona al ser humano como la calidad de las aguas, la belleza del paisaje, la proporción de espacios para el desarrollo de actividades lúdicas y deportivas, la provisión de alimento para el ser humano, etc., dejan de estar disponibles. «Los servicios ecosistémicos, si bien son difíciles de identificar de forma exhaustiva y cuantificar, tienen su reflejo en los precios de los servicios transables y en la demanda de bienes y servicios por parte, tanto de la población residente como visitante», afirma el docente de la UMU.

«Un turista va a estar dispuesto a pagar más por el menú de un restaurante, la zona azul de aparcamiento, la noche en un hotel, un mes en un alojamiento turístico, un espectáculo cultural, una peluquería, un paseo en barco o un helado, en una zona costera donde las aguas estén en perfecto estado que en una zona en la que las aguas están claramente degradadas. El efecto continuado de la pérdida de clientes para el comercio minorista, mayorista, hoteles, restaurantes, empresas de servicios, etc. se ve reflejado en el resultado anual de sus cuentas, y en muchos casos las empresas deciden cerrar. Sobre todo si la perspectiva de recuperación medioambiental del entorno en el que operan es desesperanzadora y no les va a permitir recuperar a medio plazo los ingresos perdidos», explica.

Estos efectos, destaca, «son precisamente los que recoge la medida que utilizan como variable a explicar en su estudio: la renta de los hogares».

Otras variables

Por otro lado, la metodología aplicada por los investigadores en su estudio, aseguran, también podría servir para medir con un nuevo enfoque espacial otras variables económicas además de la renta, como podría ser la evolución del precio de la vivienda, del Producto Interior Bruto o de la rentabilidad de las empresas de la zona, por ejemplo.