Opinión | Nos queda la palabra

De cabeza

Celebro que Kate Middleton no esperara hasta el Domingo de Resurrección para sacar la cabeza y plantar cara al cáncer. Ni a Alves, que lleva el pobre la religión tatuada en la piel e igual no podrá disfrutar de las fechas porque, en contra de lo que pudiera pensarse, le cuesta más recaudar un millón que a un simple, o compuesto con novia, comisionista.

No es cuestión tampoco de estar atentos a la declaración de la tercera guerra mundial.

Es más, como no padezco ningún dolor empecé ayer viernes a celebrar la entrada de la primavera y, por encima de los que mandan allá en el cielo y en la tierra, me dispongo a desconectar en mi paraíso particular.

Es la única salvación posible. Frente a tanto redoble, morcilla y pasos marcados o morados, me sumergiré en el libre albedrío, acompañado de la música y los sabores que me trasladan a otra dimensión y no para atrás.

Ya con los pies sobre la arena. Pronto con las ruedas sobre la capital.

Un oasis de dos semanas mondas y lirondas en contacto con la naturaleza y la cultura con mayúsculas.

La maleta deshecha, feliz de abandonar un trastero donde hasta el reloj desvencijado rompe a correr sin rumbo, ora por trabajo ora por los malos sueños ora por la cotidianidad que te absorbe.

Ahora el que se va a beber la existencia soy yo. No al revés.

Respiraré hondo, recordando a los que ya no están, aquellos que han hecho posible lo que soy.

Miraré el horizonte, siempre infinito.

Reposaré mi mirada sobre las páginas de un libro.

Levantaré mi copa, reflejada por una sonrisa amable.

Andaré los caminos junto a ella, feliz de compartir.

De cabeza y de corazón, como si el agua aún fría invitará a un baño reconstituyente, más allá del de masas.

Sin más móvil que practicar los más hermosos verbos de las tres conjugaciones, que no son odiar, imponer o mentir.

Aunque siempre comprometido.

Felices días.

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