Opinión | El retrovisor

¡Ya viene la procesión!

Nazareno estante vistiéndose, 1965.

Nazareno estante vistiéndose, 1965. / Archivo TLM

Resulta del todo imposible vivir el Domingo de Ramos sin mirar atrás, sin que los recuerdos de días más jóvenes afloren como la savia nueva que trae la primavera. Cómo olvidar a aquellas madres que en un domingo como este, año tras año, mientras nos lustraban, repetían aquel dicho popular: «En Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos». La raya del pelo bien trazada y fijada con limón, el pantalón corto impecable, la camisa bien blanca, la chaqueta y la corbata de gomas. El padre despidiendo aromas de Flöyd y tabaco Fetén; las niñas listas y compuestas de velo, zapatitos de charol y calcetas blancas. Todo listo para la procesión. La plaza de San Pedro bulle de gentes que compran las palmas, las mismas que vestirán balcones y miradores a lo largo de todo un año. Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén y en su recuerdo, la ciudad se viste de luz, de ese cielo azul radiante que solo se da en una Murcia en primavera. En los hogares las túnicas aguardan su momento planchadas, las enaguas almidonadas, los cetros pulidos y brillantes, guantes, zapatos, cordones y rosarios esperan pacientes el momento de la procesión. La estampa se repite cada año en estos días marceros que traen la templanza del clima y un azahar que embriaga los sentidos.

Las familias se tiran a la calle desbordada, llenas de fe para seguir los pasos de Jesús. Una nueva Semana Santa nos llena de esperanza. ¡Ya viene la procesión! Una tras otra, cortejo tras cortejo, Murcia se viste de penitencia al llegar el Domingo de Ramos en unos tiempos nuevos, llenos de vanidad y engreimiento que no logran superar a la tradición.

Qué días aquellos cuando en bares y cafeterías enmudecía la música, la persiana echada en Jueves Santo y tan solo el cine, con aquellas películas de Péplum y entrañable misticismo servían de ocio para las generaciones que ahora cuentan nietos: Ben-Hur, Quo Vadis, La Túnica Sagrada, Marcelino, Pan y Vino, Los Diez Mandamientos, Rey de reyes, Fray Escoba, Molokai, películas de romanos, santos y mártires en el Teatro Circo Villar, el Cine Rex o en el cine Popular.

Nazareno estante vistiéndose, 1965.

Nazareno estante vistiéndose, 1965. / Archivo TLM

Estaciones y Vía Crucis que vestían a las murcianas de piadosa mantilla y clavel reventón. Murcia ya huele a incienso, cera y fresas; a coco y nubes de azúcar, mientras los buches nazarenos se llenan de golosinas, los caramelos que otorgan singularidad a nuestras jornadas de Semana Santa, dulce penitencia: caramelos de Ros, Alonso, del Horno de la Fuensanta, de La Buena Moza o de Barba. Vehículo dulce donde los poetas murcianos dejaron sus ripios como canto al bullicio multicolor y a la recién estrenada primavera. Al amor a lo divino y a lo humano; con humor que llenan de sabor el paladar de quienes ven pasar al Cristo en la procesión, en la silla o en el mirador, en la tribuna o en el portal.

El tío de los globos se convierte en preludio del cortejo, esforzados vendedores ambulantes que con sus galguerías conquistan a la chiquillería de ayer y de hoy, abriendo paso a la bizarra apostura de tambores, bocinas y cornetas…

La misma escena vuelve, los pasos de Salzillo llegan a la plaza de San Pedro, el sol ciega a los penitentes que cargan con sus cruces. Los espectadores del cortejo bostezan, madrugar para ver la procesión también es penitencia; otros registran sus párpados eliminando alguna pitarra esquiva. Un nazareno da una dulce pastilla de Ruiz Funes a la guapa moza, en cuyo envoltorio reza:

«Me ha dicho mi nazareno / que al oído te diga cosas; / mejor me parece, nena, / decírtelas en la boca». (Jaime Campmany).

Se ansía una mona con huevo, pues el estómago ruge y la silla alquilada obliga a la paciencia. Pasan los nazarenos penitentes, que rezan, cargan culpas y como fantasmas generosos entregan caramelos de fresa y anís. Suenan burlas y tambores al entrar en San Pedro. ¿Quién eres?, pregunta ella: Uno que está loco por ti.

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