Opinión | La Feliz Gobernación

Polarizadores del mundo, uníos

Es el momento de decir algo importante: con Pedro Sánchez hasta el fin del mundo, pero ni un paso más

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. / Davis Castro

Hubo un PSOE Histórico así llamado, PSOE(H), que fue suplantado en el congreso de Suresnes (1974) por la alianza del andaluz ’clan de la tortilla’ y otros lobeznos socialistas vascos y catalanes. Los resistentes en el exilio agrupados en torno a Rodolfo Llopis, a la altura de la Transición se habían desconectado de la realidad española y mantenían la frustración por lo que pudo haber sido y no fue.

Un vaquero sevillano al frente de una nueva generación, liberada del condicionante próximo de la Guerra Civil, supieron interpretar lo que anhelaba la sociedad española y lanzaron con éxito su proyecto de cambio. Hoy, Felipe González y una gran parte de aquellos socialistas que protagonizaron el impulso de la democracia se muestran estupefactos ante el rumbo de las siglas en manos de Pedro Sánchez. Y en este punto es cuando cabe preguntarse: ¿es la vieja guardia del PSOE el equivalente en nuestro tiempo a los socialistas históricos de Llopis? En la práctica, sin duda. 

Pero no es solo la vieja guardia la que muestra desconcierto, sino también buena parte de los simpatizantes potenciales, sobre todo los de mayor edad. El estímulo para apoyar este liderazgo reside en el mantenimiento del poder, verdadera argamasa para la unidad interna de todos los partidos. Sin embargo, que el PSOE resida en la Moncloa no oculta que los socialistas han perdido los principales gobiernos autonómicos y locales, un coste añadido a los volantazos que ha exigido a Sánchez la consecución de su mayoría parlamentaria. Tal es así que, a casi un año de esta legislatura, el listado de avances sociales con los que se pretexta el esfuerzo se remite al periodo anterior (pensiones, salario mínimo, reforma laboral...), sin que en el actual tramo haya sido posible salir de la amnistía o la corrupción, ésta a renglón seguido del caso Koldo. El Gobierno ha tenido que renunciar a los presupuestos de 2024 y tiene en el aire los de 2025, pendientes de nuevas exigencias de los soberanistas catalanes moduladas según se resuelvan las elecciones autonómicas en marcha. 

Las tribulaciones del presidente se refieren tal vez principalmente a la inmanejabilidad de un momento político complejo en que sus socios parlamentarios se han hecho adictos al termiteo del Estado

Las tribulaciones de Pedro Sánchez no se refieren, pues, exclusivamente a un colapso personal derivado de la publicación de las actividades profesionales de su mujer sino también y tal vez principalmente a la inmanejabilidad de un momento político complejo en que sus socios parlamentarios se han hecho adictos al termiteo del Estado. Cuando la política de un Gobierno se adentra en un callejón sin salida lo más práctico para reformular la resistencia consiste en romper el tablero para reiniciar la partida con nuevas reglas de juego. Esto es lo que pretende Sánchez cuando no le aceptan pulpo como animal de compañía y se lleva el Scatergorix. Y a efectos internos no hay mejor técnica que reforzar las fórmulas plebiscitarias: convocar un comité federal de adhesión inquebrantable eludiendo un debate sensato sobre las causas reales de la crisis y cargar autobuses con disciplinados acríticos para que bailen a las puertas de Ferraz al ritmo de las castañuelas de María Jesús Montero, recién traídas de la Feria de Sevilla. A la militancia se la reactiva desplazando su atención de los problemas reales hacia el enemigo exterior, lo cual significa aumentar la polarización con el pretexto de eliminarla. 

Lo más perverso es poner el foco en la Justicia y en los medios de comunicación. En la práctica, el PSOE ha comprado el lawfare (guerra jurídica), recurso al que apelan los independentistas por las consecuencias judiciales de sus derivas en el referéndum ilegal, así como Podemos por los reveses de una de sus mal trazadas leyes, la del ‘sí es sí’. Hablar de lawfare cuando estos días se celebran juicios en los que son protagonistas Eduardo Zaplana, Rodrigo Rato o Esperanza Aguirre, tres pivotes principales del PP en un no muy lejano tiempo, o sin ir más lejos, con dos expresidentes autonómicos populares imputados en la Región de Murcia, es hasta paródico.

Ilustración de Fernando Montecruz

Ilustración de Fernando Montecruz / L.O.

Lo que se produce, en realidad, es un lawfare inverso: al poner en cuestión las actuaciones judiciales cualquier comportamiento irregular de la clase política queda exonerado, pues la política, frente a la Justicia, tiene el recurso del juicio popular más la legitimidad del voto ciudadano, que sin embargo no ofrece licencia para sobrepasar límites que otras instituciones del Estado tienen el deber de controlar. Si nos empeñamos en que los jueces son fachas, ancha es Castilla. Cualquier intervención judicial se verá con prejuicio, más allá incluso de las que lo merezcan.

El caso de Begoña Gómez, admitido inicialmente a trámite, no tendrá consecuencias, al menos por las informaciones conocidas, pues de las publicadas por medios generalmente solventes no parecen derivarse conductas delictivas, sino impropias. Algo similar a lo que afecta a Ávalos: ningún juez lo ha imputado, pero el PSOE se apresuró a exigirle responsabilidades políticas. De modo que el truco reside en echarse las manos a la cabeza por la tramitación del caso Begoña a sabiendas de que será desestimado para evitar la implicación política con la pantalla del archivo judicial. En el fondo, el juez que ha admitido el caso está trabajando involuntariamente para Sánchez. 

Respecto a los medios de comunicación, desde el Gobierno hacen tabla rasa mediante el plural, sin distinguir las webs que con el disfraz de periódicos digitales se dedican a la agitación o producen titulares previsiblemente sesgados de aquellos que, aun desde su legítima posición editorial, son escrupulosos con su función informativa. Parece mentira que un Gobierno que transmite de continuo a través de las infernales redes sociales se muestre tan vulnerable a la acción de productos fake propios de nuestro tiempo que han venido para quedarse y que solo se pueden neutralizar con información y transparencia. Meter al conjunto de medios en esa olla supone usar la misma técnica que contra la Justicia: estigmatizados los medios, manga ancha. Desacreditar a la Justicia y a los medios de comunicación es una deriva trumpista, es decir, autoritaria, y no lo justifica la condición autoproclamada de Gobierno progresista, pues el fin no justifica los procedimientos. Es el momento de decir algo importante: con Sánchez hasta el fin del mundo, pero ni un paso más.

Tras el 15M quedó acuñado el concepto ‘nueva política’, que se identificó con Podemos y con el inicial Ciudadanos, partidos que han envejecido o muerto a cámara rápida, con la misma fulgurancia con que se instalaron, pero la espuma de aquel movimiento se solidificó en el PSOE de Sánchez, de tal modo que a ese partido, como pretendía Alfonso Guerra con España, no lo conoce hoy ni la madre que lo parió. Un cambio de esta dimensión no puede producirse sin algún síntoma de crisis, no sólo en la perplejidad de la propia militancia y votantes potenciales, sino en el conjunto de la sociedad. Tal vez se trate de una crisis para confirmar la continuidad del modelo, pero crisis al fin, de la que vivimos un momento culminante de su arrebato. 

Ocurrió en su día cuando Felipe González sufrió también una pájara para forzar la desmarxistización del partido, que incluyó así mismo una espantada a lo Curro Romero. Esta vez, sin embargo, se invoca, de acuerdo a la infantilización de los discursos dominantes, una afección sentimental, recurso que los productores de series de televisión predican como el elixir del éxito, que en realidad oculta en este caso un intento de preeminencia del poder político ante los roces con los mecanismos correctores del Estado y de la sociedad.

La consecuencia, a la vista está, es que el PSOE y adláteres intentan generar un proceso de histerización que podría titularse, parafraseando el título de la novela de John Reed «Cinco días que estremecieron el mundo». Los tiempos están cambiando, decía Dylan y pudo constatar Llopis cuando Felipe le salió al paso, pero ahora, de Felipe a Sánchez, lo hacen a mayor velocidad. Así como la crisis que conlleva. 

Ahora bien, la mejor medicina contra la polarización consiste en dejarlos hablando solos, a derecha y a izquierda. Y si sobre si Sánchez dimite o se queda, la sabiduría popular tiene un lema infalible para no dramatizar el trance: «Si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción». 

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