La Feliz Gobernación

Nosotros, los machistas

Gente, caminando por la calle.

Gente, caminando por la calle. / RICARDO GROBAS

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Los de mi quinta, ‘boomers’ o como se nos quiera llamar, somos la generación más machista de la historia. Se dirá que las de nuestros padres y abuelos no nos fueron a la zaga, pero en nuestro caso se ha dado un agravante: hemos tenido toda la información y la más cercana experiencia. Y encima, durante la Transición, se suponía que luchábamos por limpiar la roña franquista. El feminismo estaba en la teoría, pero distraído de la práctica. Había cosas más importantes: la democracia, las libertades, la clase obrera, la cultura... Como si no fuera posible que todo avanzara a la par. 

Es una paradoja que también los de esa generación hayamos presenciado la revolución más importante de la contemporaneidad, la de la igualdad de las mujeres. Por la propia dinámica de éstas, por su imposición sin freno, por sus conquistas a marchamartillo.

Y, en el plano político, por la lucha de las mujeres socialistas y de la izquierda en general: el discurso feminista postransición surge de ahí, como también las primeras medidas sobre la paridad, el derecho al aborto, la conciliación laboral, la autonomía personal y tantas cosas. Ese torrente imparable se fue extendiendo después a casi todos los espacios políticos, con la resistencia siempre presente del orden masculino más o menos atenuado. 

El machismo es poder y nadie suelta el poder por voluntad propia. Las mujeres han ido poniéndose en su lugar no sin un titánico esfuerzo, pero con una inercia natural. Y en ese proceso han desarrollado de manera implícita un código educativo que ha permitido que hoy el machismo no consista solo en una anomalía humana en lo personal y delictiva en lo democrático, sino que resulte ridículo. El ridículo ha sido la más eficaz medicina.

Un machista es, antes incluso que otra cosa, un individuo ridículo. Razón por la que nos hemos ido curando.   

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