Otra jugada maestra

El enredo de Junts

Hay pocos casos de autoboicot comparable al de los exconvergentes, que buscan un punto medio imposible entre la ruptura y el pactismo

La portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, durante el debate sobre la Ley Orgánica de la Amnistía

La portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, durante el debate sobre la Ley Orgánica de la Amnistía / Fernando Sánchez

Ernest Folch

No hay nada más desagradecido en política que hacer el viaje en sentido contrario del populismo, e ir del extremo al centro, de la radicalización al matiz. Es la travesía que emprendió Esquerra en el 2021, cuando en las autonómicas de aquel año refrendó su cambio gradual de posición del frentismo al pactismo. El giro de ERC tuvo la recompensa de poder liderar por los pelos el movimiento independentista pero supuso un alto coste para el partido y para Junqueras, que desde entonces es acusado de ‘botifler’ a pesar de haber pasado la friolera de 1.314 días en la prisión.

Desde que los republicanos moderaron su posición, Junts exacerbó por contraste una pretendida pureza, desde la que siguió prometiendo unilateralismos, pero solo de palabra, y el paso del tiempo fue demostrando que la independencia era ya una arcadia sin fecha posible. De manera extremadamente sigilosa, el partido de Puigdemont empezó a ensanchar la distancia entre las palabras y los hechos, y logró una meritoria victoria de Xavier Trias en las elecciones municipales, eso sí, escondiendo muy calculadamente cualquier mención a la independencia y hasta sus propias siglas. Poco a poco, Laura Borràs, a pesar de su presidencia, fue perdiendo peso y justo cuando el posibilismo empezaba a abrirse paso, llegaron los diabólicos resultados del 23J, en los que Junts debía demostrar por fin su lealtad a su ideario. Pero lo que confirmó Puigdemont fue justamente un brusco aterrizaje de emergencia en el pragmatismo invistiendo a Pedro Sánchez a cambio de una importante amnistía pero sin ningún compromiso de referéndum. Durante los últimos meses, el partido ha basculado entre ser un socio incómodo pero pactista, como si buscara una síntesis imposible entre el rupturismo de los últimos años y el pactismo tradicional de Convergència. 

El experimento cortocircuitó hace unos días, cuando el partido de Puigdemont se enredó en una negativa incomprensible a la ley de amnistía que ellos mismos habían promovido y conseguido, solo para demostrarse a si mismos que, a diferencia de Esquerra, ellos sí que ponen el precio alto. El resultado fue una votación indigerible, otro extraño regate en su larga lista de jugadas maestras. Hay pocos casos en la política catalana de partidos que se hayan autoboicoteado de manera tan constante y sistemática. La última ocurrencia ha sido votar en el mismo sentido que la extrema derecha para tumbar una ley que ellos mismos habían arrancado con gran mérito del PSOE, un resbalón que en Cataluña puede tener costes electorales. El tiro en el pie de Junts se explica por su tensión cada vez más creciente entre lo que son y lo que querían ser, entre la realidad y la utopía, entre el independentismo pragmático y el mágico. De fondo, las acusaciones de discriminación de Cristina Casol y Aurora Madaula deben enmarcarse en esta lucha fratricida entre los que quieren seguir en el 1-O y los que quieren volver a Pujol. Lo que ya no es posible son las dos cosas a la vez. Que Junts clarifique de una vez su futuro es necesario para Junts pero sobre todo para la política catalana. 

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