Luces de la ciudad

Un coleccionista convencional

Me pregunto por los motivos que nos llevan a coleccionar todo tipo de objetos, y al parecer la respuesta está en la placentera sensación que sentimos a través de la dopamina que nuestro cerebro libera cada vez que conseguimos una pieza que nos falta o nos acercamos al final de una colección

El Capitán Trueno, serie de historietas de aventuras muy popular en la década de los sesenta.

El Capitán Trueno, serie de historietas de aventuras muy popular en la década de los sesenta.

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Algo que ves, que escuchas o que sientes en un momento dado puede resultar un detonante inesperado para abrir con facilidad, y de par en par, las puertas del reino de la memoria. No sé a ustedes, imagino que también, pero a mí me ocurre con frecuencia, y me gusta, me gusta que los recuerdos, sobre todos los buenos, formen parte de mi presente, y no solo de mi pasado.

Y hago referencia a esta cuestión porque, sin ir más lejos, hace unos días leía una noticia sobre la retirada de ciertas monedas falsas o deterioradas de 1 euro por parte del Banco de España. Nada relevante, pero, lo que son las cosas, que unas te llevan a otras, y esta información fue suficiente para hacerme rememorar mi época de ‘coleccionista’ numismático aficionado

Reviso con nostalgia mi colección de monedas y billetes de España, abandonada hace muchos años, una colección sin más valor que el sentimental, cuyas piezas, ninguna destacable, fueron de fácil adquisición, pero es mi colección. Y en ese instante, de repente, soy consciente de que desde mi más tierna infancia, mi vida ha ido evolucionando paralela a una colección tras otra. 

Me pregunto entonces por los motivos que nos llevan a coleccionar todo tipo de objetos, y al parecer, según varios expertos, la respuesta está en la placentera sensación que sentimos a través de la dopamina que nuestro cerebro libera cada vez que conseguimos una pieza que nos falta o nos acercamos al final de una colección.

Sin embargo, el puro placer no es la única razón que incita al coleccionismo, al menos para el psicólogo estadounidense Mark McKinley existen otras causas tan importantes como preservar el pasado, inversión, disfrute de la búsqueda, prestigio o fama, ampliar círculos sociales o incluso varias de ellas a la vez. 

Echando la vista atrás, abriendo esas puertas de la memoria, me reconozco como un coleccionista convencional que, aun considerando que casi todo es susceptible de ser coleccionable, nunca le ha dado por cosas extravagantes. Hasta donde me alcanzan los recuerdos, de niño, supongo que como la mayoría de mi generación, coleccionaba álbumes de cromos de distintas temáticas: Historia Natural, Vida y Color, Reino Animal y como no, la Liga de Fútbol, este último era un clásico todos los años, incluso ahora animo a mi nieto a comenzar la colección cada verano, que algo pillaré. Más tarde llegaron los cómics, y mientras mi hermano mayor optaba por Flash Gordon, yo prefería coleccionar al Capitán Trueno y a los héroes Marvel de la época. Después, casi de forma compulsiva, coleccionaba todas las enciclopedias por fascículos que vendían en los quioscos de prensa, daba igual el tema: mecánica, medicina, grandes inventos, guerras… y así sucesivamente llegaron los carteles de cine, los sellos, los vinilos, los libros, las monedas antes mencionadas…, hasta que en la actualidad, y desde hace ya algunos años, me dedico a coleccionar ajedreces de diferentes países, todos ellos con una maravillosa historia detrás.  

Habrá gente que no haya coleccionado nada en su vida y otros que más que coleccionar se hayan dedicado a amontonar objetos inservibles en casa, sin embargo, más allá de lo material, hay colecciones de las que nadie queda exento: las emocionales. Sin duda, las más importantes de mi vida. Colecciones de recuerdos, de deseos, de miedos, de afectos, de pasiones, de sueños por cumplir…, que, a diferencia de las otras, las de los objetos físicos, por más que me esfuerce, sé que jamás llegaré a completar.

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