Opinión | Las fuerzas del mal

Dos amigas

De esas dos historias tan sencillas que les he contado, y de las que quedan en el medio, la suya y la mía, evito contar una tramoya que damos por existente

El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la convención 'Europa Viva 24' de Vox.

El presidente de Argentina, Javier Milei, durante la convención 'Europa Viva 24' de Vox. / CARLOS LUJÁN / EUROPA PRESS

Sin género de dudas, podemos afirmar que cuando algo difícil, terrible, doloroso, sucede en nuestras vidas, queremos tener fuerza para afrontarlo, y también parece que vivimos en un constante temor a que suceda lo peor, que algunas veces se convierte en una certeza. Se nos olvida el carpe diem, centrarnos en el presente, en el ahora. Me lo decía una amiga a la que estas últimas tres semanas le ha estado saliendo todo bien. Ha cambiado de trabajo, se ha ido a otro lugar a vivir, ha encontrado habitación en un chalet a un precio módico, donde la dueña tiene perros y plantas, que son dos de sus pasiones. En su anterior trabajo le han dicho que se cuide, que muy bien, que le vaya estupendo de verdad, y no la han dado de baja hasta que no recibiera el alta en el otro trabajo. «No vaya a ser que te pase algo», le ha dicho su antiguo jefe. Eso era lo que temía, me confesaba tras una taza de café, un palo al torcer cualquier esquina de la vida, aunque ella sea una profesional competente que ha pasado un exhaustivo proceso de selección, tras el cual, aparentemente, ha sido recibida con los brazos abiertos en su nueva empresa, que tiene un marido encantador, dispuesta a seguirla donde sea, dos perros que la aman con locura y una mente inquieta, aún viva a pesar, de los otros palos que la vida le ha dado y que darían para una novela de Galdós.

Tengo otra amiga a la que la vida le ha dado el palo con el que había amagado ya tres veces. Al final, el palo cayó, pero el largo simulacro la ayudó a encontrar la veta de amor que todos sabíamos que tenía y a sacar oro de esa veta en vena que le corre por la sangre. Si ella ya era un ser excepcional y lleno de vida, inmejorable, esa circunstancia la ha acrisolado hasta alcanzar una belleza diamantina. Por nadie pase, porque creo que si hubiera podido saltárselo, habría optado por hacerlo, aunque el dolor y el sufrimiento formen parte de la vida, como la felicidad. De hecho, la vida es un collar con cuentas disjuntas que vistas al final en la mano, han de formar un hermoso aderezo con el que han de enterrarnos, pero del que querríamos quitar algunas gemas, sin duda.

De esas dos historias tan sencillas que les he contado, y de las que quedan en el medio, la suya y la mía, evito contar una tramoya que damos por existente. Mi amiga la feliz se trasladó tranquilamente de un lado a otro en transporte público o en su propio coche, en carretera, y que mi otra amiga, en su periplo, pudo disfrutar de la compañía, el aviso y el consejo de gente experta que usted y yo pagamos para que pudiera cuidar siempre de su madre, que al final murió. Todo eso con baches, carencias e imperfecciones, faltas y sorpresas. Nadie es perfecto.

Todo eso que damos por hecho mientras nuestras penas y alegrías suceden, la sanidad, las carreteras, el subsidio de paro, la educación, los paliativos, la dependencia, las vías del tren o las telecomunicaciones, son esas cosas que señores airados dicen que es el socialismo que nos corrompe. Lo digo para que se den cuenta lo poquito que nos separa que nuestra vida se convierta en un sinvivir de los que cuenta Galdós. Y para que algunos de ustedes dejen de hacer experimentos con el voto.

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