Opinión | Las fuerzas del mal

Hic sunt dracones

Si admitimos que es aceptable que una persona puede esperar la ocasión más propicia para agredir a otra por una ofensa que el otro haya lanzado, lo que hay más allá de esa frontera es muy negro para todos

El cómico murciano Jaime Caravaca.

El cómico murciano Jaime Caravaca. / Israel Sánchez

Algo que podrías haber amado es uno de los argumentos de la literatura, algo que pueda que ames se ve que es uno de los argumentos favoritos para que te calcen la palma de una mano con sus cinco dedos en toda la cara. Es lo que le ha pasado al cómico murciano Jaime Caravaca, así que parece que hemos dado con uno de los famosos límites del humor. Jaime le había dicho a un señor que en un video anterior había afirmado que su hijo no sería gay. A este señor, Caravaca le había dicho que su vehemente deseo de que su hijo no fuera homosexual no podría evitar que su hijo, siendo ya mayor, y así lo especificaba en el tuit en un lenguaje bastante más grosero, le gustaran no solo los hombres, sino un tipo determinado de ellos, negros y proletarios, y una determinada práctica. El problema no es la ofensa del padre -entiendo que pudiera encenderse por ese específico futurible sobre su tierno vástago, básicamente porque el señor es neonazi declarado en los tatuajes que le adornan, por si necesitáramos más pistas, y quizás siente ofensa en imaginarse a su hijo en esa tesitura con ese preciso tipo de gente-, el problema es que este señor mantuvo la ofensa en el tiempo y planeó una visita a un espectáculo para calzarle un guantazo al cómico. Una premeditación y alevosía en una agresión física que la policía no ha visto, porque le ha tomado declaración y lo ha dejado en libertad, aunque el ofendido padre tuviera antecedentes penales por delitos de odio.

Al final, el cómico se ha disculpado, porque también es homofobia, en la que incluso yo he caído, imaginarse a un padre homófobo con un hijo gay. No hay necesidad de desearle a un gay, ya desde tan tierna edad, tan mala vida. No tiene ninguna culpa de haber nacido ahí y entre ese tipo de gente que lo puede conducir al suicidio o a un absoluto odio hacia sí mismo, que puede resultar también en homofobia, así que no hay que descartar que lo gay ya esté sucediendo en esa familia, y no precisamente en el hijo. El padre neonazi ha aceptado las disculpas con una frase lapidaria: «Los niños son sagrados». ¿Son sagrados todos los niños, absolutamente todos? ¿De verdad es así? No sé. Sí puedo aventurar que, quizás, el hijo de este neonazi llegue a clase con la homofobia, el racismo y la xenofobia bien aprendidos y le haga la vida imposible a otro niño, por ejemplo. ¿Ese niño también es sagrado o ya no lo es tanto? ¿Le calzará un guantazo a su hijo por abusón, si sucede eso, con la letanía de que «Los niños son sagrados»? Permítanme también que lo dude.

Al fondo de todo esto se dibuja un mapa con tierra ignota. En los mapas medievales, cuando sucedía eso, se inscribía en esa parte desconocida hic sunt dracones. «Aquí hay dragones». Si admitimos que es aceptable que una persona puede esperar la ocasión más propicia para agredir a otra por una ofensa que el otro haya lanzado, incluso en tono de humor, lo que hay más allá de esa frontera es muy negro para todos. Ese mapa lo estamos dibujando hoy en las urnas, así que usted verá si con su voto quiere descubrir si allí hay dragones.

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