La Feliz Gobernación

Qué bien cuando las cosas se hacen bien

Las iniciativas privadas en el sector de la cultura, como los premios Alfonso Décimo, sustituyen con gran solvencia la tutoría administrativa. Y le dan mayor credibilidad a todo lo que promueven. Lo cual no significa que la Administración quede exenta de su responsabilidad en cuanto a promoción, apoyo y difusión

Vicente Martínez Gadea, Isidoro Valcárcel Medina y Francisco Jarauta, Alfonso Décimo a la trayectoria en las sucesivas tres ediciones del premio.

Vicente Martínez Gadea, Isidoro Valcárcel Medina y Francisco Jarauta, Alfonso Décimo a la trayectoria en las sucesivas tres ediciones del premio. / MSR

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Aún resuena en nuestros oídos el colofón musical de la gala de los premios a la cultura Alfonso Décimo, celebrada el pasado fin de semana en el Auditorio Regional. Una composición especial del dúo Maestro Espada, entreverada con sonidos de cuadrillas tradicionales y la coral Discantus, en un ejercicio de fusión tan atrevido como increíblemente compacto, concebido tal vez en un sueño alucinado por el director del evento, José Manuel Jiménez. Al salir, todavía trastornado por el efecto de la polifonía, la primera persona a quien encontré en el pasillo fue Manuel Luna, pionero en la difusión de la música de raíz, a quien ya en los años 80 le escuché decir: «Hay que meter el folk en las discotecas». Me produjo una extraña emoción haber sido testigo de un sueño tan consumado, en el que tradición y modernidad se amigaban con tamaña naturalidad y respeto. Y percibí el orgullo de Luna al constatar que lo que en otro tiempo parecía una boutade se había producido de manera tan sencilla.

Era fácil interpretar el mensaje que las intercesiones musicales a lo largo de la gala de este grupo conformado ad hoc quería transmitir: la cultura como continuo. Es decir, la eliminación de los espacios estancos, el fluido generacional, el valor de cada escalón, el avance que toda ruptura significa cuando reconoce las fuentes, y más si vuelve a ellas, aunque sea para reinterpretarlas. Una declaración de principios de estos premios Alfonso Décimo, en los que se sucedían reconocimientos previsibles a personalidades indiscutibles junto a otras cuya indudable aportación debía ser indagada, por no pertenecer a lo que se denomina el mainstream, justo donde se revelaban los grandes aciertos.

Digámoslo ya. Lo importante de los Alfonso Décimo es que se trata de unos premios independientes, no están sujetos a patrocinios que condicionen el palmarés, se deciden mediante jurados volantes para evitar endogamias, y están abiertos a todo, barajando en cada convocatoria los distintos aspectos de la vida cultural en la Región, sin determinar tendencias. Aunque las instituciones políticas contribuyen a su financiación no pueden influir en las resoluciones de los jurados. En la gala de entrega no hay discursos de políticos, que en todo caso se ven compensados con la foto en que entregan los respectivos premios. Tan solo les es permido el privilegio de dirigirse al público a quien se le otorga el reconocimiento a su trayectoria, el pasado viernes al artista Isidoro Valcárcel Medina, a quien la consejera de Cultura, Carmen Conesa, le sostuvo el micrófono, como si todavía ejerciera de periodista, durante los diez minutos en que dictó su discurso, que se refirió precisamente a distanciar el arte de toda tentación institucional. Una preciosa paradoja.

La pregunta conveniente es: ¿obedecen estos premios a nuestra realidad cultural o son un evento más que sólo señala picos excepcionales que no tienen que ver con el estado real del sector en esta Comunidad?

La gala de los Alfonso Décimo es un caso de excelencia, pues se resuelve como un espectáculo fluido a pesar de que la nómina de premiados es muy amplia, ya que abarca muchas disciplinas, y esto supone que predica con el ejemplo: premia las cosas bien hechas con una fórmula muy bien hecha. La de este año ha sido la tercera convocatoria, lo que significa que ya se ha institucionalizado como un referente fundamental de la cultura en la Región de Murcia.

La pregunta conveniente es: ¿obedecen estos premios a nuestra realidad cultural o son un evento más que sólo señala picos excepcionales que no tienen que ver con el estado real del sector en esta Comunidad?

No voy a hacer mención a los premiados en esta y en anteriores ediciones, pero es más o menos claro que todos ellos responden a individualidades o a proyectos colectivos no dependientes de los apoyos de las Administraciones. Y una de las reflexiones más evidentes es que los jurados lo han debido tener difícil, pues todos mantenemos la sensación de que había candidatos muy competentes en cada categoría, con independencia de quienes fueron elegidos. Es decir, no se trata de excepcionalidades, pues el ramillete es fructífero. Y es lógico que así sea, pues la creación cultural no depende de los apoyos públicos. Sin embargo, la Administración cultural está para respaldar y apoyar esa creatividad. Y, sobre todo, para crear el caldo de cultivo sobre el consumo de la cultura. ¿En qué medida lo hace?

Un ejemplo, el deporte. En otros tiempos, las pocas figuras que destacaban lo hacían por circunstancias que se explicaban por un exclusivo genio personal. Hoy, además, hay que contemplar el hecho de la educación deportiva desde los primeros niveles de la enseñanza y la creación de infraestructuras que alcanzan hasta la última pedanía, lo que permite que contemos campeones en las más insólitas disciplinas incluso más allá del ámbito nacional. ¿Se promueven similares estímulos y recursos para la cultura?

Podemos estar emocionados porque Gala Hernández haya ganado un César, pero ¿esto tiene algo que ver con que en la Región haya una política de apoyo a la creación, producción y difusión cinematográfica? Desde hace años son notables los escritores murcianos que publican en sellos nacionales e incluso ganan premios de prestigio, pero ¿acaso recibe algún apoyo la pequeña industria editorial de la Región, meritoria y voluntariosa, a la que ni siquiera compra ejemplares la red pública de bibliotecas?

Confieso mi confianza en la actual consejera de Cultura y Turismo, siempre que sepa discriminar que no toda Cultura es Turismo. Es una mujer que cuando hablas con ella toma notas, lo que no significa que necesariamente deba considerarlas, tal vez mejor que no, pero es una actitud insólita. Viene del periodismo, lo cual significa que está informada, pero no determinada, pues el mundo de la cultura tiende a los clanes, y está bien que la consejera sea ajena a cualquiera de ellos. Al menos, en estos meses no se ha erigido en influencer ni va de progre empotrada en el PP, que es uno de los diseños clásicos de los consejeros de Cultura de la derecha.

Las iniciativas privadas en el sector de la cultura, como los premios Alfonso Décimo, sustituyen con gran solvencia la tutoría administrativa. Y le dan mayor credibilidad a todo lo que promueven. Lo cual no significa que la Administración quede exenta de su responsabilidad en cuento a promoción, apoyo y difusión. El diseño de esta función es la asignatura pendiente. Ahí está el debate.

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