Luces de la ciudad

La bolsa o la vida

Estamos ante verdaderos profesionales del engaño que juegan con una técnica depurada con los sentimientos de las personas, con su confianza o sus miedos

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Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Hace unos meses fui víctima del hackeo de mi cuenta de WhatsApp. Doce horas, hasta que conseguí recuperar el control de la aplicación, en las que alguien pudo estar suplantando mi identidad con total impunidad.

Que estás cosas pasan a diario no es ninguna novedad, los avances tecnológicos y la irrupción de internet, en su momento, modernizaron nuestra sociedad en general, por tanto, también lo hicieron los delincuentes y estafadores, consiguiendo un alto grado de sofisticación en sus técnicas de engaño.

Lejanos quedan ya aquellos timos clásicos del tocomocho o el de la estampita. ¿Quién no recuerda a Tony Leblanc en la película de Los tramposos (1959) haciéndose pasar por un individuo corto de entendederas que pretende vender un sobre supuestamente lleno de billetes, por un valor inferior al suyo, a un incauto que finalmente cae en la trampa? Ahora, sin embargo, tienes que andar con mucho cuidado con determinadas llamadas telefónicas cuyo único objetivo es conseguir tus datos personales, con las ofertas de trabajo falsas en internet, las compras online, las peticiones de pagos anticipados o las estafas sentimentales. Poca broma con este tema cuando individuos sin escrúpulos, llamados ‘estafadores del amor’, además del bolsillo te tocan el corazón. Pero, ojo, como ya sabemos, no todas las estafas hoy día se circunscriben al ámbito virtual, algunas de ellas siguen llevándose a cabo en un entorno físico, como es el caso de los cajeros automáticos, donde los estafadores utilizan distintas técnicas de distracción para hacerse con la tarjeta o el dinero del usuario.

Realmente no sé si es que hay un incremento de estos delitos o es cosa de los algoritmos, pero tengo la impresión de estar recibiendo, estos últimos días, más artículos de lo habitual relacionados con timos y estafas de todo tipo. El último en concreto, sobre las dos nuevas técnicas que se están extendiendo actualmente entre los ciberdelincuentes: el ‘skimming’ y el ‘shoulder surfing’. Hay que ver, con lo fácil que era entenderse antes cuando los bandoleros y asaltantes de caminos, al darte el alto, simplemente te solicitaban: «la bolsa o la vida», y ya sabias lo que tenías que hacer si no querías perder ambas a la vez.

Soy consciente, no obstante, que en el presente, con tantos y variados timos y estafas, resulta muy complicado, a veces, no caer en las redes de alguno de estos fraudes tan minuciosamente organizados, pero aun así, no puedo dejar de preguntarme si nosotros mismos no seremos parte del problema. Ya saben, la oferta y la demanda. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, por lo cual la ‘clientela’ no disminuye nunca. Decía un proverbio árabe, atribuido por algunos al filósofo griego Anaxágoras que «la primera vez que me engañas, será culpa tuya; la segunda vez, será culpa mía».

Puede que el trasfondo de todo esté ahí, en que nos creamos más listos que nadie, en que pensemos que manejamos la situación y que seremos nosotros los que consigan engañar al ‘tonto’. Nada más lejos de la realidad. Estamos ante verdaderos profesionales del engaño que juegan con una técnica depurada con los sentimientos de las personas, con su confianza o sus miedos, para conseguir su único fin: el dinero de los demás. Por tanto, esperemos que no se fijen en nosotros y nos conviertan en una víctima más, porque nadie está completamente a salvo de sus garras. Pero al menos, sí que deberíamos aprender, de una vez por todas, que nadie da duros por pesetas.

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