Pepe Marín, del ardiente compromiso, de la larga lucha, de la esperanza

In Memoriam. "Pepe era alto, tal vez de tanto elevarse para mirar el horizonte de su utopía. Perseverante y obstinado, también. Trabajador incansable"

Pepe Marín, abogado y cofundador del Club Atalaya de Cieza

Pepe Marín, abogado y cofundador del Club Atalaya de Cieza / L.O.

Antonio Balsalobre

Antonio Balsalobre

Pepe Marín fue un Quijote de batallas ganadas y perdidas. Sus victorias se cimentaron, las más de las veces, en los tribunales defendiendo con pasión y destreza, en su condición de abogado laboralista, los derechos de los trabajadores. Sus derrotas, en la mayoría de los casos, persiguiendo la utopía de un mundo mejor.

Hombre de letras, de leyes, de pincel, pero sobre todo de acción, Pepe siempre tomó partido por los más necesitados, los más vulnerables, por los 'santos inocentes' (una de sus últimas creaciones, de hecho, fue llenar de milanas, este verano, el patio de la Semana de Cine Mágiko de Cieza, en homenaje a Zacarías, encarnado en la película por su querido Paco Rabal). En las audiencias, en las aulas, en las plazas, en los papeles, Pepe nunca ha dejado de ser tribuno de la plebe, abogado de los sin voz, defensor de los oprimidos.

Recuerdan sus compañeros de universidad que como líder estudiantil a finales de los sesenta, en los estertores del franquismo, Pepe seducía en las asambleas por la fuerza de su palabra, más que arrolladora, persuasiva, cargada de un magnetismo humanista que lo acompañaría toda su vida. Luego fue profesor en esa misma universidad, donde además de enseñar, ya doctor en Derecho, escribió tratados y manuales tan importantes como Orígenes de la Magistratura del Trabajo en España, un volumen de 1.096 páginas y 950 notas o Los trabajos, los días… y el derecho. Una aproximación a la 'prehistoria' del derecho del trabajo. Una obra rigurosa que evidencia su profundo conocimiento del ordenamiento jurídico.

Desde aquellos años juveniles, tanto el amor por su familia como la pasión por su profesión discurren, sin delimitaciones precisas, fusionados, con esa otra gran pasión y obra, a la que se dedicó en cuerpo y alma: el Club Atalaya-Ateneo de la Villa.

Pepe formó parte de los que en 1967 tuvieron en Cieza un sueño juvenil de libertad. Con la complicidad de don Mariano Camacho, y al margen de la oficialidad del régimen, dieron vida a un local de ocio y cultura entre cuyas paredes liberadoras se estremeció con la muerte del Che aquel mismo año, se vio reflejado en el espíritu rebelde del mayo francés del 68 y se identificó con el mensaje pacifista de la cultura hippy.

En los más de cincuenta años que han transcurrido desde entonces, Pepe no ha cesado de insuflarle a ese Club, como acabó llamándose, vitalidad y entusiasmo. No ha cesado de participar en la organización de multitud de actividades culturales o de carácter social: conferencias, memoriales, presentaciones de libros, recitales poéticos, proyecciones cinematográficas, exposiciones artísticas, representaciones teatrales, conciertos musicales, aulas de debate…

En toda esa andadura, a Pepe siempre lo llevaron y le esparcieron el corazón los vientos del pueblo que cantara su admirado Miguel Hernández, cuyo rostro de dolor y cárcel plasmó a gran escala en varios murales del Club, junto a guernicas desgarradas y cheguevaras de mirada soñadora. Todo ello mientras aprendíamos en sus aulas obreras que con el puedo de unos y el quiero de otros se construye la solidaridad, o que como decía Alberti, a veces también se puede equivocar la paloma

Es mucho lo que Cieza le debe. Más, sin duda, de lo que él le debe a ella. Pepe vivió como pocos un sentimiento profundo de ciezanía que reivindicó y difundió con fervor. La recuperación de los nombres antiguos de las calles, la salvaguarda del patrimonio con campañas de defensa del Puente Alambre, del río, del Lavadero de la Fuente, del viejo Convento franciscano, o la propuesta de creación de un parque de oliveras y de rehabilitación de la Fuente del Ojo y del Molinico de la Huerta son solo retazos de un legado mucho más amplio.

Ferviente defensor de la cultura —de la cultura popular, como a veces le gustaba adjetivarla—, se inventó, en el desierto cultural de un pueblo olvidado, unas fiestas populares en la Plaza de los Carros que compitieron con las oficiales. Alentó en los ochenta la creación del Cine-club 'La linterna mágika' y fue artífice necesario en la creación del Museo del Esparto al que llamó "lugar de la memoria obrera". La vindicación republicana, la memoria del exilio, la reparación y reconocimiento de la dignidad de las víctimas del franquismo fue igualmente para él un ardiente compromiso.

Su amor por los libros le llevó a fundar en el Club una pequeña imprenta artesanal a la que llamó taller de la palabra; y como autor, coautor, coordinador, dirigió y participó en la edición de más de 50 publicaciones, entre libros y revistas.

Pepe era alto, tal vez de tanto elevarse para mirar el horizonte de su utopía. Perseverante y obstinado, también. Trabajador incansable que podía aguantar pegado al ordenador de un amanecer a otro para terminar de perfilar una exposición o acabar de imprimir una revista. "Más terne que los armaos", como decimos por aquí. Y generoso. Muy generoso. ¡Hay tantas obras, tantos libros, tantos murales, tantos textos, que siendo suyos no llevan su nombre porque él siempre prefirió la firma colectiva a la individual!

Queremos, desde aquí, la gente del Club Atalaya, su 'tribu de adopción' —la que le había permitido, según decía, entender la dimensión humana y las inquietudes diarias de las clases trabajadoras—, compartir la tristeza de su pérdida con su familia. Con Consuelo, su mujer y compañera, con sus hijos, Isabel y Félix, y con su Felixico, su pequeño nieto, llegado no hace mucho, como también dejó escrito, "a la maltratada nave tierra en vísperas del gran temporal".

Un día, no hace tanto, en que se encontraba diseñando el prospecto de la película de Fernán Gómez, La vida sigue, que íbamos a proyectar, le pregunté cómo se encontraba. Levantó la mirada del teclado y me dijo: “Bien, Antonio, todavía hay camino”.

Pues eso, Pepe, para qué despedirnos de ti, si seguimos juntos en el camino.