Las trébedes

La compra

Fotografía de nathalia Rosa.

Fotografía de nathalia Rosa. / Recurso gráfico: Unsplash

Carmen Ballesta

Carmen Ballesta

Todo está carísimo. Los sueldos no han crecido al mismo ritmo. La ecuación no cuadra. Tras la más o menos traumática vuelta al cole (con tanto nene aún resistiéndose a reutilizar cuadernos y tanto progenitor rindiéndose), los supermercados de las grandes superficies se llenan de ofertas. Lo llaman ofertas, pero cada vez más parecen trampas, sin ánimo de ofender. Porque esas ofertas y bonificaciones son el señuelo con el que los expertos en mercadotecnia, a sueldo de las empresas vendedoras, procuran maximizar el beneficio de las mismas. En sus hojas de cálculo, el resultado es siempre favorable al comerciante, no al consumidor.

Tomemos el 3x2, por ejemplo. La única forma de beneficiarse es uniéndose 3 hogares: cada uno se lleva un paquete de detergente a precio razonable. Porque pocas viviendas tienen espacio para meter tres paquetes de detergente, o de cualquier otro producto, o superávit mensual para pagar de una vez lo necesario para varios meses.

Tenemos también los euros que vuelven, o los porcentajes de descuento que devuelven en vales para comprar de nuevo, o las bonificaciones de puntos que se convierten en dinero (se baja el suflé cuando una ve que los magníficos 500 puntos se convierten en unos míseros 5 euros) siempre que compre de nuevo por valor «superior a» (no suele bajar de 40 euracos, ahí es nada) y que (muy importante, alumnos de lógica, la conjunción solo vale 1 cuando los dos valen 1, ¿recordáis?, se han de cumplir ambos requisitos) además lo haga en un plazo normalmente muy breve y muy próximo a su compra. O sea que, para beneficiarte de los descuentos, bonificaciones y hasta regalos (una caja de langostinos por compras superiores a 50 euros, pero… ¡solo dos días después de haber hecho compra semanal o quincenal!), te ves llamado a comprar de nuevo antes de que lo necesites.

La OCU publica periódicamente los datos de un estudio comparativo de precios por supermercados y ciudades españolas, el último hace unos días. El titular es ya aburridísimo, siempre el mismo: ahorro al año en la cesta de la compra. Es decir, que usted se ahorraría hasta mil y pico euros al año, de media, si comprase en el sitio adecuado. ¿Qué nos están diciendo? ¿Que no sabemos comprar? ¿Que no aprovechamos las oportunidades del libre mercado y la competencia?

Conocer el precio actualizado de los, por lo menos, cien productos de alimentación y limpieza que hoy entran en la mayoría de los hogares requiere algo más que atención, requiere dedicación. Supongamos que alguien tiene la suerte de tener cerca de su casa un ramillete de supermercados donde comprar. Si quiere haber ahorrado una pizca a final de año, tiene que recorrerse los super del barrio cada vez que se disponga a hacer la compra, tomando buena nota de dónde está esto o aquello en oferta, o a cuánto está hoy el perejil en cada sitio. Y luego, organizarse la lista, qué tiene que comprar hoy en dónde, para beneficiarse de todas las ofertas y mejores precios. Por último, tendrá que acarrear las bolsas (tiene muchos super, pero no tiene ascensor, ergo no hay carrito) por todo el barrio hasta completar su compra. O sea, echar la mañana o la tarde enteras y saber latín. Eso sí, se habrá ahorrado unos 20 euros semanales, según ese estudio. En realidad, es un ahorro aparente, metafísico en el peor sentido, porque en ningún barrio hay tal diferencia de precios, sino que ese ahorro del titular periodístico solo se conseguiría comprando siempre el producto al mejor precio, lo que requeriría desplazarse incluso kilómetros, por lo que de hecho el ahorro menguaría en la medida en que se añade transporte. Con todo, eso no es lo peor. Lo peor es que alguien, una persona por domicilio, tendría que dedicar una buena parte de su tiempo, que podría ser libre, a hacer esa compra tan supuestamente ventajosa. Ahí es donde deberíamos poner precio al valor de nuestro tiempo. Y también a con qué llenamos nuestras cabezas, porque si hemos de hacerlo con los precios del arroz, las naranjas y el gel, ese lugar no lo pueden ocupar ideas más interesantes y fecundas.

En conclusión, la OCU y otras instituciones similares hacen una importante labor en defensa de los consumidores, que debemos apreciar, apoyar y agradecer, que mucho peor estaríamos sin ellas. Sin embargo, el juego de los precios es una táctica comercial cuyo fin es maximizar los beneficios del vendedor y no el ahorro del consumidor. Lo único que le falta a quien se ve apretadísimo para poner comida en la mesa a diario es que le insinúen que eso le pasa porque no se molesta en ahorrar todo lo posible, cuando en realidad el consumidor está en clara inferioridad. Y cada vez son más las personas que atraviesan una situación económica muy precaria en España. El alza de los precios de alimentos, la inflación, el incremento de las cuotas de hipotecas y alquileres y los salarios bajos y muy bajos, así como el alto índice de paro juvenil y el subempleo, son los problemas que ocupan las cabezas a diario, las de la mayoría de los ciudadanos. Porque las de nuestros representantes y gobernantes parecen estar mucho más preocupadas por otros asuntos, que también nos incumben a todos, aunque de los que tampoco se dignan explicarnos sus propuestas de solución (Cataluña, ascenso de Bildu, cambio climático, migraciones, guerras…). Ni elecciones, ni investiduras, no hay forma de que se dignen a elaborar un discurso serio para la ciudadanía, es decir, con fundamento en la realidad y con argumentos, exponiendo fines y medios. Ante el vacío de seriedad, el hueco lo ocupa el discurso vacío... e interesado. ¿Se lo vamos a comprar?

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