Contratos sanitarios

Los que trabajamos por mantener y cuidar la salud de todos, necesitamos un compromiso para seguir luchando. Ya no podemos tolerar más palabras carentes de sentido, ni gestos que caen al vacío

Leonard Beard.

Leonard Beard.

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Resulta paradójico eso de que cuanto más se tiene, más se le dará, y nadará en la abundancia, pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. El ocaso de septiembre supone, para demasiados trabajadores de la sanidad pública en esta Región, el final de su contrato. La retrospectiva muestra la intensidad y dedicación con la que se ha trabajado, ganas e ilusión que se apagan de manera forzosa, con la única recompensa de haber ayudado a quien haya pasado por sus manos, aunque también con la certera tristeza que suponen el cansancio y desgaste acumulado al dar mucho y recibir poco. Como recompensa queda empezar de nuevo a caminar por la cuerda floja, haciendo malabares con la inseguridad y ansiedad en las esquinas de ese palo que sostiene firme al equilibrista, maquiavélicamente llamado diábolo.

El compromiso de este Gobierno es el de reforzar la calidad asistencial, la atención primaria, reducir las listas de espera y acentuar la estrategia de salud mental. Algunos, lo único que esperamos es dejar a Epíteto a los pies de los caballos en su afirmación de que cada cual se tasa en alto o bajo precio y nadie vale sino lo que se hace valer. El futuro de nuestros profesionales de la sanidad no depende de su actitud, se supedita a las decisiones de quien mueve los hilos. Los que trabajamos por mantener y cuidar la salud de todos, necesitamos un compromiso para seguir luchando. Ya no podemos tolerar más palabras carentes de sentido, ni gestos que caen al vacío. Hemos soportado un descomunal nominalismo y exigimos la apertura de la densidad intelectual para que esas promesas no queden en el paripé de un discurso. Los largos plazos de espera para la resolución de un contrato sanitario solo ponen de manifiesto un alto índice de complicaciones en los pacientes que esperan una cita o una intervención. Y, mientras se redactan o no, queda la evidencia de la escasez de profesionales que se han marchado a conocer otros métodos cansados de esperar. 

Y los que siguen, bailan con la desesperanza de poder disfrutar de un convenio merecedor, honesto y digno. Inevitable comparar esto del labor con las relaciones acabadas dónde una de las partes pierde la dignidad (por el dolor y el desconsuelo infinito que genera no entender) suplicando al otro que regrese. Es horripilante sentirse reducido e insuficiente ante un ex o una institución que nos permite, impasibles, llorar con tanta amargura y tolerar una culpa que no nos pertenece.

Se trata de dignidad, la suya y la nuestra, así que propongo jugar todos a ser responsables y mostrar respeto. Suena My Home is in The Delta, de Muddy Waters: «Ahora sabes que me iré de aquí, tengo ganas de llorar, pero las lágrimas no bajarán», que propia la letra de este inmenso blues para la ocasión. La única manera de perpetuar ese respeto que pedimos los sanitarios que cesamos en apenas una semana, hasta no sabemos cuando es que todos vuelvan a creer que la inversión en la sanidad pública de cualquier región es la más importante a tener en cuenta. 

Y que no nos olviden.

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