Diario apócrifo: el pulso por la corona

Bernar Freiría

Bernar Freiría

He vuelto de nuevo sobre las páginas de ese libelo publicado en mi contra y no puedo evitar que se me amontonen los recuerdos. Es cierto que me formaron como un príncipe que podía llegar a ser rey. Pero, mientras vivía Franco, nunca estuvo claro que lo llegase a ser de verdad. Yo algo notaba de las disputas entre mi padre y el Generalísimo. Cartas, telegramas, comunicados y notas de prensa daban cuenta de la lucha entre ellos. Mi padre nunca llegó a conocer a Franco como yo. Cazurro, cabezón, inmensamente seguro de sí mismo y con una vocación absoluta de poder. Él jugaba con ventaja con mi padre. No solo porque el gallego fuera más astuto que don Juan. Es que controlaba el poder absolutamente en España. Además, le favoreció que los americanos necesitaban un bastión contra el comunismo como el que él representaba. En plena guerra fría, los americanos habían apostado claramente por Franco, lo que dejó a mi padre en una posición de debilidad.

El Caudillo era un hábil jugador de ajedrez y utilizaba todos los tableros para mover sus fichas. La OTAN, la URSS convertida en potencia atómica. Incluso promovió la ambición de mi tío don Jaime para que, habiendo renunciado al trono, volviera a reclamarlo para sí o para sus descendientes. Qué cabrón. Era una manera de decirle a mi padre que tenía otras piezas para mover. Aunque el dictador le dejó claro a don Juan que nunca llegaría a reinar en España, él nunca renunció al trono. Solo lo hizo cuando yo llevaba ya un año y medio reinando. Pero yo tengo que agradecerle a mi padre que luchase lo que luchó por la monarquía. En cierto modo, hay monarquía hoy en España porque mi padre nunca renunció al trono. Para él, yo era una pieza de la partida que jugó con el dictador. Y eso lo viví desde mi infancia, que me tenían de aquí para allá según fuesen las negociaciones entre don Juan y Franco. Ahora, interno en Suiza; ahora en Madrid; ahora en Estoril; ahora en San Sebastián. Y siempre con un militar de alta graduación y título nobiliario ejerciendo de tutor. O sea, más solo que la una.

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