Opinión | Los dioses deben de estar locos

Náufrago en las negras aguas de la locura

Entre las visiones que padece, hay una especialmente espeluznante. Junto a un recurrente espectro vestido de monje, se presenta también un demonio con forma de gato. De gran tamaño, provisto de potentes garras, busca atravesar las entrañas del soldado

Vuelo de brujas (1798) / Goya

Vuelo de brujas (1798) / Goya

Jerónimo de Pasamonte, antiguo cautivo de los turcos, soldado que anhelaba ser fraile, y hombre profundamente desgraciado, dejó testimonio de todos sus tormentos en un texto autobiográfico que pudo haber conocido Cervantes antes de la redacción de la primera parte de las aventuras del célebre hidalgo manchego. Acaso Jerónimo de Pasamonte, han afirmado algunos, prestara ciertos rasgos a Ginés de Pasamonte, el galeote al que don Quijote había liberado de sus cadenas, y que más adelante, adoptó el nombre de Maese Pedro. 

Al margen de posibilidades y coincidencias, la vida de Jerónimo de Pasamonte presenta elementos muy inquietantes. De niño una enfermedad lo tuvo a las puertas de la muerte. Llegó entonces, casi como en una estantigua, a contemplar las velas flanqueando su propio ataúd. Todavía muy joven, un fantasma mató al médico bajo cuyo servicio había entrado y a él lo dejó gravemente enfermo. No fue esta la única prueba terrible que hubo de pasar. Después de haber sufrido el infierno en vida del cautiverio turco, en Italia se buscó el sustento sirviendo como soldado. Fue entonces cuando experimentó con mayor vehemencia la brusca presencia de malos espíritus, hechiceros y brujas. En la relación que escribe sobre su vida habla de mujeres moriscas que contaminaban sus alimentos para hechizar su voluntad y obligarlo a casarse. Apenas una celada menor, si se compara con la acusación que lanza contra sus propios suegros de perjudicarlo con calumnias y artes mágicas para separarlo de su mujer. Siente un miedo atroz, y atribuye la muerte de un hijo a la funesta hechicería. 

La mente del soldado Pasamonte está poblada con presencias espantosas de demonios y malos ángeles que, vestidos con hábitos de fraile, lo atormentan a todas horas. En tales ocasiones vigilia y pesadillas se mezclan hasta no poder distinguirse. En los sueños reconoce brujas a las que luego encuentra por la calle, o escucha voces en latín de ángeles de la guarda que le ayudan. A esta eficaz protección, hay que añadir la tenaz defensa de la que se sirve el desventurado mediante constantes rezos, gracias a las cuales los espíritus no logran apoderarse de su alma. Entre las visiones que padece, hay una especialmente espeluznante. Junto a un recurrente espectro vestido de monje, se presenta también un demonio con forma de gato. De gran tamaño, provisto de potentes garras, busca atravesar las entrañas del soldado. Estos enigmáticos felinos, compañeros de la noche, están detrás de los encuentros más tenebrosos. No debemos olvidar que don Quijote había sufrido zarpazos de demonios, metamorfoseados en gatos, siendo huésped de los duques.

Jerónimo de Pasamonte no posee la fuerza inquebrantable de un campeón, y aunque soldado, todo él tiembla de miedo. En la lucha contra los monstruos de la noche, su única arma es la persistente oración, la confesión frecuente y un respeto obsesivo por los ritos, las misas y los santos. Mientras que don Quijote jamás duda de su libre albedrío (la fortaleza inexpugnable de su voluntad), y sabe que jamás lo doblegará brebaje alguno, ni magia de ninguna clase, por mucho que el mundo cambie de aspecto, o los gigantes desaparezcan, o ejércitos enteros se transformen en ovejas; sin embargo, Jerónimo de Pasamonte, solo sabe rezar y llamar llorando a sus ángeles de la guarda para que la legión de demonios que lo persigue no se lleve su alma al infierno. 

La vida de don Quijote deja un regusto de digno optimismo, de confianza en las propias fuerzas frente a magos y hechiceros. Si el Caballero de la Triste Figura vence, será un héroe; si cae (como es lo más probable), será un mártir. Pero el escaso arte de las memorias de Jerónimo de Pasamonte, toscamente escritas por alguien perseguido, atormentado, por fantasmas y mujeres misteriosas, despierta una amarga sensación de tristeza. Es un alma rota, discordante con la realidad, decepcionada y perseguida, que tan sólo desea abandonar la milicia para ponerse detrás de la protección que le brindan los muros de un monasterio, y enhebrar una jaculatoria tras otra con la que silenciar las voces que retumban en su mente, ahuyentando así a los demonios que lo visitan en sueños. Feliz de ti, don Quijote; que loco, al menos gozas de tu leyenda.

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