Opinión | Las Trébedes

Lo que duele

Quizá el dolor causado por el terrorismo sea el más incomprensible, por aleatorio y absurdo

Foto de archivo de los homenajes a las víctimas del atentado del 11-M.

Foto de archivo de los homenajes a las víctimas del atentado del 11-M. / Kiko Huesca / EFE

Seguimos con la casa sin barrer. Sin que el discurso público se ocupe de los asuntos políticos, es decir, que nos afectan a todos. De eso no se habla. Tenemos serios problemas: es preocupante el ascenso y la deriva de una derecha que poco a poco se va permitiendo declaraciones y posturas cada vez menos democráticas (respecto a la homosexualidad, la educación cívica, las leyes, el feminismo…). Y el hecho de que sea esto algo extendido dentro y fuera de la UE no consuela. También es preocupante que Puigdemont y Junts estén ejerciendo tanto poder sobre el Gobierno de España y que el PSOE esté resultando incapaz de comunicar a la ciudadanía el porqué de sus cesiones, si es que ese porqué es confesable. Los últimos sinvergüenzas descubiertos que se han lucrado escandalosamente con dinero público nos recuerdan que la corrupción parece una lacra en la que nuestro país se sitúa alto en los ‘rankings’. Por no hablar de lo que ocurre más allá de nuestras fronteras: Putin, China y sus maniobras orquestales, estados fallidos, conflictos y milicias en África, crisis migratorias y de refugiados…

Vivimos, ciudadanos y medios, presas de la prisa y de la novedad y de lo último, que aparece entonces como lo candente y urgente e inaplazable. A la mitad nos domina la indignación y a la otra mitad la indolencia. En realidad la mayor parte de las veces llenamos nuestra mente y nuestras conversaciones de trivialidades diversas: ayer, el 8-M Día de la Mujer, con todos sus cinismos; hoy, el aniversario de los atentados y si el juicio y el tiempo cierran o no el asunto; mañana, las elecciones portuguesas; pasado, la proximidad de las vascas; unas cuantas semanas los ‘casos koldos’ y demás; en según qué cadenas, la amnistía… y mientras tanto, en la mañana del 20º aniversario de los horribles atentados yihadistas de Atocha, cuando vuelve como cada año el escalofrío y el dolor, ¿de qué se habla en las dos cadenas de radio más escuchadas y en los diarios nacionales de más alcance? En la cadena SER (afín al PSOE, se pongan como se pongan) daban vueltas y vueltas sobre la ominosa hipótesis falsa acerca de la autoría del atentado y su alimentación por una parte de los medios; en la COPE (afín al PP, se pongan como se pongan), se daban vueltas y vueltas acerca de la amnistía. El diario El Mundo editorializa sobre el atentado, señalando de nuevo que hay dudas sin resolver. El ABC presenta una reconstrucción y la situación actual de los condenados. El País, aparte de recoger quejas por aquel traspaso de papeles al nuevo gobierno del PSOE, entrevista a algunos de los investigadores y hasta cuenta la ‘despedida de soltero’ de Suárez Trashorras (proveedor de la dinamita), juzguen ustedes el interés de este último asunto. Por otra parte, parece que, a raíz de aquel atentado, en el ámbito institucional se tomó plena conciencia del peligro yihadista y se mejoró notablemente la coordinación entre fuerzas de seguridad (Guardia Civil, Policía, CNI); pero en el ámbito civil… no parece que haya habido ningún efecto beneficioso, al contrario, 20 años después sigue siendo conveniente para mantener la convivencia pacífica no abordar temas políticos en muchas reuniones familiares o de amigos.

Recordar a diario a las víctimas del terrorismo es lo menos que debemos hacer, y también pararnos a pensar por qué aprendemos muy poco de lo que nos pasa. Quizá el dolor causado por el terrorismo sea el más incomprensible, por aleatorio y absurdo, y ello nos obliga aún más a estar con las víctimas. El dolor propio y ajeno debiera ser una escuela de vida, y uno se pregunta si es que para ser dirigente se requiere ignorarlo, para ocuparse de cosas más ¿importantes?

Las actuales imágenes del sufrimiento de ucranianos y gazatíes resultan insoportables para quienes nos reconocemos en ellos, como personas de a pie, sin más poder que el de votar. Y los lugares del mundo donde el sufrimiento de las personas de a pie es inmenso a diario son muchos más de los que salen en los telediarios. Cuando nos saturan de alguno (refugiados sirios, secuestros de Boko Haram, por ejemplo), cambian a otro y vuelta a empezar, aunque de algunos casi no se acuerdan nunca. El bueno de Forges no dejó de instarnos a que no nos olvidásemos de Haití, con poco éxito a la vista de cómo siguen las cosas allí. No nos damos cuenta de que la vida entera, la de todos, tiene mucho de aleatoria. Nuestra tendencia a tener seguridades es bastante tonta, porque la realidad es dinámica. Por supuesto que los atentados de Atocha eran impensables, literalmente. Pero tampoco pensábamos en los años ochenta que el corazón de Europa (los Balcanes) viviría una guerra a finales del siglo XX. ¿Y quién habría pensado en 1986 que casi 40 años después de nuestra entrada en la UE uno de cada cuatro españoles viviría bajo el umbral de la pobreza (uno de cada tres en nuestra Región)? ¿Estamos hoy calibrando bien las amenazas de Rusia y China? ¿Son los muros fronterizos una solución a las migraciones? ¿Cuántas viviendas sociales habrá en España dentro de 10 años?

No suele haber aviso previo de muchas de las fatalidades que nos suceden, pero de otras sí tenemos capacidad de prevención. Ni la indignación barata de pancarta y consigna, ni la indolencia del «yo vivo mi vida, que bastante tengo», ni estos partidos políticos autosatisfechos y llenos de mediocres agradecidos van a resolver los problemas que deberían estarse afrontando. Los medios de comunicación también podrían poner su granito de arena en lugar de discutir interminablemente sobre trivialidades que actúan como cortina de humo ocultando lo que de verdad debería interesar: lo que duele.

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