Los dioses deben de estar locos

Gaspar en el serrallo

La belleza del mancebo era tan grande, y los turcos tan inclinados a turbios placeres antinaturales, que Ana Félix determinó vestirlo de mora y esconder su identidad

'El virrey se interesa por el hermoso arráez del bajel turco', 1879 / Marti (a partir de una ilustración de Tony Johannot)

'El virrey se interesa por el hermoso arráez del bajel turco', 1879 / Marti (a partir de una ilustración de Tony Johannot)

José Antonio Molina Gómez

José Antonio Molina Gómez

Con la voz prodigiosa de la cabeza metálica todavía resonando en sus oídos, don Quijote visita, en compañía de su anfitrión Antonio Moreno, el puerto de Barcelona. Pisa una de sus galeras, y recibe grandes honores. A Sancho no se le escapan los gritos en las tripas de la embarcación, pues las galeras se alimentan de carne humana. El ingenuo escudero describe el lugar con tanto acierto como elocuencia: si este no es un infierno, a lo menos es un purgatorio

Es en ese momento cuando asistimos a la captura de un bergantín turco. Después de la tensión inicial de la persecución, de los disparos y del abordaje, toda su tripulación es apresada. Entre los prisioneros, vestida de hombre y capitaneando la embarcación, se encuentra Ana Félix, la hija del morisco Ricote, el mismo con quien Sancho se había encontrado casualmente al abandonar el gobierno de su ínsula. Para sorpresa de sus captores cristianos, que ya preparaban la soga, Ana Félix cuenta su lamentable historia: la expulsión, la estancia no deseada entre los turcos (pues aunque hija de moriscos era cristiana verdadera), y los amores que le profesaba el bello Gaspar, que por ella la siguió en su destierro. La belleza del mancebo era tan grande, y los turcos tan inclinados a turbios placeres antinaturales, que Ana Félix determinó vestirlo de mora y esconder su identidad. Pero también como mujer don Gaspar resultaba apetecible. Su situación era peliaguda, ya que había quedado como rehén, mientras Ana Félix, coaccionada por los turcos que la custodiaban, hacía una rápida incursión para volver con las riquezas que había escondido. Pese a todo, escaparía si encontraba ocasión. Un renegado cristiano que iba con ella podía ayudarla. Entre las gentes congregadas atraídas tanto por la belleza de la morisca como por su desgarradora historia, apareció, inesperadamente y como por milagro, el moro Ricote. 

En un instante quedan felices y contentos por el reencuentro, perdonada la tripulación del bergantín enemigo, y reunidos todos bajo la pródiga hospitalidad de Antonio Moreno. A don Quijote no se le escapa, sin embargo, que el joven Gaspar ha quedado retenido en el gineceo de los turcos, y que allí, su virtud y su castidad corren demasiados peligros. En cualquier momento puede ser descubierto su verdadero sexo. Don Quijote, que también se creía bello y bien plantado, sabía lo que era sentirse acosado por mujeres vehementes y seductoras, como para él habían sido Maritornes o Altisidora. Bien pensado, ¿cuánto tiempo tardarán las mujeres del serrallo en describir que su tierna compañera es un hombre, vencerlo y gozarlo?

Don Quijote insiste, pues sabe mucho de estos lances, en ir él mismo a Berbería, y rescatar a Gaspar. El ansia de hazañas lo llama, como a un nuevo Gaiferos, para internarse en tierras de moros; don Gaspar sería, un tanto sorprendentemente, su doña Melisendra. Convencido está de su valor, y que no le permitan intentarlo, verdaderamente lo irrita. Pero parece que nadie quiere pensar en caballerías, ni en lances de honra. Ana Félix, la Ricota, es hija de hombre rico; ha vuelto a su casa y puede quedarse en ella. La historia de sus sufrimientos, su belleza y su triste vida han conmovido a todos. Rodeado entre concubinas ha quedado don Gaspar; y aunque se le pretende liberar con ayuda del renegado que antes había facilitado la fuga de Ana Félix, lo cierto es que a nadie le parecen muy urgentes los sufrimientos del joven, rodeado de bellas turcas, moriscas y cautivas de medio mundo, para alegría de sus ojos y manifiesto peligro de su alma. 

El buen caballero está perplejo. No se explica que antes que con su brazo famoso, quieran contar con astucias y sobornos. Acaso es así porque otro mundo comienza, uno donde el honor pesa menos, donde lo que vale es la industria y la oportunidad. Acaso no haya sitio para él en una época así. Atónito, contempla el mar mientras cabalga por la playa de Barcelona. Ve a lo lejos un caballero que se acerca. Lleva la luna por emblema, y la muerte le acompaña.

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