Las Trébedes

Ser pobre y no saberlo

Imagen de archivo de una persona pidiendo en la calle del centro de Murcia.

Imagen de archivo de una persona pidiendo en la calle del centro de Murcia. / Laura Sánchez

Carmen Ballesta

Carmen Ballesta

El INE (Instituto Nacional de Estadística) acaba de publicar los resultados de su Encuesta de Condiciones de Vida. En España hay, sigue habiendo, demasiados pobres, el 26%, uno de cada cuatro habitantes. Casi cuesta comprender cómo es que no molestan más siendo tantos, y da que pensar si será que han alcanzado tal masa crítica que la mayoría acepta pacíficamente su destino, o incluso se esfuerza por molestar poco, no vaya a ser que aún sea peor. En lo que respecta a la Región de Murcia, sencillamente los datos son un verdadero dolor, si bien es alentador que hayan mejorado levemente. En una frase, uno de cada tres habitantes de la Región es pobre de solemnidad. Desgraciadamente muchas personas no se lo creen y lo niegan, pero tampoco saben contestar la pregunta de con qué interés se publicarían datos tan negativos. Y el porcentaje de hogares murcianos que no pueden hacer frente a un gasto imprevisto (se estropea el frigorífico, por ejemplo) es aún mayor: más del 46,3%.

He usado la expresión ‘pobre de solemnidad’ en sustitución de la tasa AROPE (’At Risk Of Poverty or Exclusion’, ‘en riesgo de pobreza o exclusión social’). Estos datos no difieren de los conocidos hace unos meses de mano de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EANP, por sus siglas en inglés), que pueden consultarse en sus informes anuales. Para hacerse cargo, eso significa no poder comer carne o pescado cada dos días. La tasa AROPE, que se estableció en 2014, resulta de tres indicadores: riesgo de pobreza (ingresos inferiores al 60% de la mediana), carencia material y social severa, y número de personas de 0 a 64 años que viven en un hogar con baja intensidad de empleo (relación entre miembros en edad de trabajar que tienen empleo y los que no).

Ya hace varias décadas que el dato resuena como un cañón (o debería hacerlo): una de cada tres personas que vivían en la calle en Madrid tenían trabajo, pero su salario no les permitía pagar un techo. Más de medio siglo después, estremece comprobar año tras año que los datos no son mucho mejores. Parecen haberse estancado desde hace décadas. Lo cual lleva a preguntarse por qué. La pobreza es fea y no aparece jamás en los discursos políticos, ni en los informativos (salvo el día que se publican los datos), ni en la lista de lo que preocupa a la ciudadanía. Es una de sus peculiaridades, la invisibilidad… aunque hay que estar muy ciego para no verla.

Quizá la alta tasa de pobreza en Murcia no sea muy visible porque es la comunidad autónoma con la media de salarios más baja, es decir, que no hay tanta distancia como en otros lugares entre los dos lados de la raya AROPE. Sin embargo, los datos son tozudos y llevan a los expertos a decir que la pobreza en nuestra Región se ha convertido en algo ‘estructural’, puesto que se mantiene prácticamente estable desde hace años. El portavoz del Gobierno regional, Marcos Ortuño, ha afirmado que en esta legislatura se van a poner en marcha medidas y ha hablado de un «pacto regional contra la pobreza y la exclusión social» y de «64 proyectos de innovación social», sea esto lo que sea. Cuando ha añadido que dicha mejora pasa también por mejorar el sistema educativo y el mercado laboral, el pesimismo me atenaza. Llámenlo desconfianza, si quieren, habida cuenta de que, según Cáritas - una institución poco sospechosa, supongo- en los últimos cuatro años la Renta de inserción básica (autonómica) ha pasado de llegar a más de 19.000 personas a llegar, en 2023, a menos de 6.000.

Desde luego que los tiempos están cambiando, la cuestión es si está cambiando todo para que todo siga igual, como decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Habrá que ver qué consecuencias tiene el hecho de que las mujeres con estudios superiores sean más que los hombres en todas partes, si eso tendrá algún efecto sobre las políticas de redistribución de la riqueza y el cambio de los sistemas de selección y promoción del personal. De momento, no parece que haya muchos motivos para el optimismo, puesto que la desigualdad salarial y de poder entre hombres y mujeres no se reduce a buen ritmo. También se podría confiar en que la mejora, lenta pero progresiva, del número de jóvenes titulados en educación terciaria tenga un efecto reductor de la pobreza. Aunque sepamos, por otra parte, que hay en España casi millón y medio de personas con estudios superiores que están en AROPE.

Ser pobre significa mucho más que no poder tener muchas cosas (los bolsos de las ‘influencers’, la ‘play’ de última generación…). Ser pobre significa dormir mal, tener peor salud física y mental, no tener acceso a bienes culturales (formación musical, o universitaria, ocio de calidad…) y tener muy difícil el acceso a puestos de trabajo bien remunerados y con capacidad de influencia. Esa alta tasa de pobreza implica una menor diversidad social en los ámbitos de poder y decisión políticos y económicos, una endogamia perniciosa para todos. Implica, por lo tanto, aparte del sufrimiento objetivo asociado a las dificultades para afrontar los gastos de una vida mínimamente digna, que se está desperdiciando una enorme cantidad de talento. No nos lo podemos permitir.

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