Crónicas de Titiriturcia

Eso del ‘bullying’

Si en el colegio te daban una ‘mano de ostias’ no podías ni contarlo en tu casa, pues corrías el riesgo de que te calentaran porque «algo habrías hecho para merecerlo»

Antonio López

Antonio López

Soy un superviviente de la EGB en un colegio de curas. Terminaban los años sesenta y la familia que podía mandaba a sus hijos a un colegio religioso. En aquel momento los Maristas del Malecón estaba considerado como el mejor colegio de Murcia, un internado donde los ricos de los pueblos enviaban a sus hijos, en parte para quitárselos de encima, en parte para intentar que los ‘hermanos’ sacaran algún partido de ellos.

Yo tuve la fortuna de acceder a sus aulas como alumno externo durante una década, años que fueron decisivos para el resto de mi vida.

En aquellos tiempos la vida no tenía nada que ver con lo que es hoy, y en un colegio religioso, mucho más. El orden y la disciplina eran incuestionables y para eso velaba un profesorado riguroso dispuesto a todo por mantenerla. El castigo físico era la tónica general, y raro era el día que los ‘curas’ no le cascaban a alguien. El miedo te acompañaba continuamente, de manera muy especial a los más débiles, hecho que aprovechaban tanto los profesores como los ‘abusones’ para someter a su voluntad a cualquier desgraciado que no les cayese en gracia.

El abusón tenía un perfil muy concreto: solía ser repetidor de curso y mayor que sus compañeros, su cociente intelectual estaba muy por debajo de la media, normalmente venía de una familia donde le golpeaban frecuentemente, en el colegio también le cascaban los ‘curas’ y como consecuencia él se vengaba de todo el que pillaba por banda.

En realidad era una pirámide de poder donde si te tocaba de la mitad hacia arriba podías llevar una existencia aceptable, pero como te tocase abajo, lo tenías claro, tu vida sería un infierno.

Eso del ‘bullying’ no existía, allí nadie se quejaba, y si alguien lo hacía, pasaba a ser considerado chivato, y como consecuencia, traería su ruina social.

Indudablemente, eran otros tiempos, otras costumbres y otra vara de medir. Si en el colegio te daban una ‘mano de ostias’ no podías ni contarlo en tu casa, pues corrías el riesgo de que te calentaran porque «algo habrías hecho para merecerlo».

Con lo de los abusos pasaba algo parecido: en muchos colegios de este tipo no resultaba extraño que hubiese algún ‘cura’ con las manos muy largas, y cuando esto pasaba nadie tenía cojones a denunciarlo por las terribles consecuencias que habría provocado. Yo nunca sufrí nada de eso pero, desde luego, si me hubiese sucedido no habría esperado cincuenta años para denunciarlo y publicarlo en la prensa, no me cuadra mucho.

Haciendo memoria recuerdo situaciones dantescas habituales en el colegio. Había dos juegos que los mayores practicaban para humillar a novatos e infelices, el ‘Abejorro’ y el ‘Gargarejo’: el primero consistía en llenarle de agua la boca al novato y taparle los ojos mientras los veteranos lo rodeaban, le hacían dar vueltas sobre sí mismo y le daban cada guantazo que ardía el monario; si no conseguía retener el agua el juego volvía a empezar. El segundo de los jueguecitos aún era más flagrante: se obligaba a la víctima a bajarse los pantalones dejando sus vergüenzas al aire, mientras tanto sus verdugos escupían sobre él hasta acertar en el objetivo, algo realmente lamentable e impúdico.

En ese ambiente nos educaron a muchas generaciones de niños que crecimos entre cantos religiosos y marchas militares, sin ministerios de igualdad ni defensores del menor, sin internet ni redes sociales, sin teléfonos móviles ni PlayStations, solo con un balón y con un canal de televisión en blanco y negro llenábamos nuestra vida y nuestro tiempo, tiempos de precariedad y de jugar en la calle, de amigos reales y de historias de verdad, y ¿lo del ‘bullying’?, eso es otra historia.

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