Café con moka

Hijo, tienes un e-mail

Les he creado a mis hijos una cuenta correo electrónico con sus nombres. Dirección a la que podré ir enviando periódicamente e-mails con una imagen acompañada de un breve relato sobre instantes de su infancia

Brett Jordan / Unsplash

Brett Jordan / Unsplash

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Son muchas las ocasiones en las que siento verdadero pudor al escribir sobre mí en estas líneas. Sin duda, no son trascendentales ni noticiables asuntos tales como el escritor que ando leyendo, la última exposición que hemos visitado en familia o cualquier otra de las muchas anécdotas que relato sobre mis hijos. Esto me ha llevado a replantearme la continuidad de esta columna casi cada semana cuando me siento a decidir sobre lo que voy a escribir.

Sin embargo, y siendo, curiosamente, algo que me produce más vergüenza aún, la mantengo por las aportaciones y observaciones que algunos de vosotros habéis hecho a mi vida a raíz de esto. Por la complicidad alcanzada. Por esa empatía tan real que he recibido al exponerme, al compartir algunas situaciones y emociones tan privadas.

Por ejemplo, hace unos meses, cuando hablaba de que estaba dejando a mis hijos ‘unas memorias’ en las que les anotaba detalles de nuestras vidas, cosas muy cotidianas, que algún día serán su pasado y a mí, por ese entonces, me costará recordarlas; una mamá del cole me comentaba que ella también estaba construyendo esas ‘crónicas’ a su manera. Manera que también he decidido copiar para completar esos recuerdos.

Así, hoy les he creado a mis hijos una cuenta correo electrónico con sus nombres. Dirección a la que podré ir enviando periódicamente e-mails con una imagen acompañada de un breve relato sobre ese instante. Para estrenarlas les he adjuntado unas fotografías en familia que nos hicimos hace unos días en Las Fuentes del Marqués, un paraje de Caravaca, y les he explicado, entre otras cosas, como solía yo pasear por allí con mis padres, como en ese instante lo hacíamos nosotros.

Les he contado, también, detalles de ese día, como que mi hijo se negaba a volver a casa sin un palo gigante -me sacaba casi una cabeza- con el que había estado jugando, o como mi pequeña tomaba pecho acurrucada en mis brazos junto a un banco en la orilla del agua mientras los chicos andaban de expedición a ver lo que encontraban.

Supongo (y espero) que, para ellos, sea maravilloso descubrir algún día todas estas ‘cartas’ sobre su infancia. Ahora, mi dilema es cuál sería la edad más adecuada para entregarles por fin las claves de estas cuentas, que habré mantenido y alimentado en el tiempo, para que puedan encontrarse y revivir todos estos recuerdos cuidadosamente almacenados y custodiados.

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