Todo por escrito

Máscaras, personas y trabajos

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Para saber si alguien es de fiar, tengo un truco infalible: me lo imagino en Auschwitz. Sí, en el campo de concentración. Si puedo visualizar a esa persona dispuesta a ayudar aun en las peores circunstancias, compartiendo su manta en las frías noches o no vendiéndome a los nazis por un mendrugo de pan, entonces es de confianza. 

Solemos esconder nuestra naturaleza bajo una careta con la que nos presentamos ante los demás. De hecho, la palabra ‘persona’ procede del griego ‘prósopon’, que significa ‘máscara’. En nuestras relaciones sociales y laborales, todos somos actores que interpretan un papel. Sin embargo, en circunstancias extremas o momentos reveladores la careta se cae y nos deja al descubierto. 

Para los ‘boomers’ (la generación de nuestros padres) su identidad era su trabajo: eran lo que hacían. Vivieron en la Arcadia feliz de la meritocracia y de ‘un trabajo para toda la vida’. Los jóvenes de la generación Z, por el contrario, priorizan su desarrollo personal y buscan su identidad en el ocio. «La vida no puede ser trabajar e ir al súper los sábados», dicen. Los ‘boomers’ consideran a los ‘ninis’ unos ‘vagos ‘antitrabajo’ y éstos critican, desde el sofá, el legado de precariedad que les han dejado sus mayores.

Los ‘milenials’, a medio camino entre esas dos concepciones antagónicas, somos la generación que más empleos diferentes tendremos a lo largo de nuestra vida (entre 15 y 20, según las estadísticas). Nuestro vagar laboral nos ha llevado por distintas ciudades o países, donde hemos desempeñado todo tipo de profesiones. Somos especialistas en reinventarnos y en saltar de un trabajo a otro, presentándonos ante el mundo con distintas máscaras.

Un día somos el bibliotecario que te recomienda un libro, otro el camarero que te sirve el desayuno, al siguiente el redactor de informativos o el ejecutivo de cuentas. Leer libros nos permite adentrarnos en otras vidas, pero hacer diferentes trabajos nos permite, de verdad, vivirlas. 

Por eso sabemos reconocer esos momentos reveladores donde el verdadero ‘yo’ de una persona (el que está oculto tras la máscara de su puesto o posición social) sale a relucir. Ejemplo: imagine que un conocido suyo, aparentemente encantador, va a un restaurante o a una tienda y trata con soberbia y malas formas al camarero o la dependienta. Pues no hay duda: es un cretino clasista. 

Los que hemos vivido muchas vidas y sido diferentes personas sabemos que bajo las máscaras más cautivadoras pueden esconderse seres despreciables. En Auschwitz o el bar de la esquina: dime cómo tratas al otro (sobre todo, cuando no puedes obtener nada de él) y te diré quién eres. 

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