Machista

Vivimos tiempos convulsos en los que mentes obtusas no contemplan el delito y rechazan el término de violencia machista, alegando que se ha politizado y dónde demasiadas extremistas involucran a inocentes en algo que no les corresponde

Fotografía de Rubén Bagüés / Unsplash

Fotografía de Rubén Bagüés / Unsplash

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

He tenido la inmensa fortuna de crecer en el seno de una familia en la que, a pesar de los divorcios y separaciones acontecidos, jamás se escuchó un insulto, grito o desplante hacia ninguna mujer. Cómo en el peor de los casos, me pinto de ejemplo, y sí, reconozco haber sido puntualmente sometida a la lindeza que emana de una vejación, pero, afortunadamente, he sabido salir airosa de tan quebrantada situación gracias a la educación adquirida y mamada en el seno de un matriarcado forjado a fuego

Las hembras de mi familia se han hecho a sí mismas por el condicionante que supone haber pasado demasiado tiempo solas, empujando un hogar con besos que saben a delantal y cumpleaños en la cocina en la que nunca faltaba un libro por abrir o una conversación que no tornaba a juicios morales, murmuración o censura hacia quien pensara diferente si su actuación vital era cabal.

Se llama, repito, educación. Y es la única arma para combatir el primer ataque machista, ese que inevitablemente todas hemos vivido en un determinado momento.

Una de cada dos mujeres en este país han sufrido calificativos malsonantes por parte de su pareja. Mal. Una de cada tres mujeres en este país ha sido víctima de violencia física o sexual por parte de su pareja. Intolerable. 52 han fallecido sin que les tocase, por el simple hecho de ser mujer a manos de los que se supone deberían haber compartido cuidados mutuos. 

Solo una educación basada en valores dónde instituciones y ciudadanos muestren su responsabilidad y compromiso por formar una sociedad cívica, tolerante y protectora ante los más vulnerables, eliminará una lacra que se cobra vidas y ha dejado inmersos en la más absoluta soledad a 57 huérfanos.

Es de traca que nos debamos el intercambio de instrucciones para adoptar la perspicacia de salir pitando la primera vez que el que duerme con nosotras nos grite, registre un teléfono o ignore sentimientos. Vergonzoso dar el consejo que nos haga correr sin volver la vista atrás cuando alguien pretenda alejarte de tu entorno, el que nos enseñe a expirar el humo de unos celos disfrazados de protección o decir no a una relación sexual que no apetece. Porque es el que más testosterona posee (y, desgraciadamente, por esto se llama ‘violencia de género’), y el que con sus actos nos ha hecho gritar que basta ya. Duele mucho observar que, aun estando educados en igualdad, los que dan el golpe mortal sean ellos.

Vivimos tiempos convulsos en los que mentes obtusas no contemplan el delito y rechazan el término de violencia machista, alegando que se ha politizado y dónde demasiadas extremistas involucran a inocentes en algo que no les corresponde. 

No hay rédito en ser íntegros, el tema pasa por luchar juntos y jamás rendirse ante quien intente apagar los gritos de dolor causados con sus actos.

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