Tiempo y vida

De osos y mujeres. Mitos, cuentos y arte rupestre

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Esto era una mujer que salió de su casa y la cogió un oso, y la encerró en una cueva. Y le puso una piedra en la puerta para que no se saliera. Y el oso abusó de ella. Le hizo un chiquillo. Y ya cuando el chiquillo sabía hablar, dice:

- «Pero madre, ¿qué hacemos aquí encerrados?»

- « ¡Es que tu padre nos tiene secuestrados aquí; tiene una piedra muy gorda ahí y no podemos salir!»

Así comienza la historia de Juanico ‘el Oso’, cuento que, con ligeras variaciones según la zona, forma parte de la literatura folklórica, prácticamente, de toda Europa. Y este es solo un ejemplo más que se hace eco de la ancestral relación que ha habido entre el oso y la mujer, cuyos orígenes bien se podrían remontar, seguramente, al imaginario simbólico paleolítico.

En el arte levantino encontramos un testimonio gráfico de esta relación, en la escena formada por el oso representado en el conjunto de Cañaica del Calar II, en Moratalla, que conocimos en un artículo anterior, y la mujer que hay pintada a su lado. Esta responde al modelo privativo de figura femenina del grupo artístico del Alto Segura, y aunque solo se conserva en su mitad superior, sí distinguimos de forma clara la cabeza, de aspecto globular y tamaño grande, el brazo izquierdo, flexionado hacia arriba, y el cuerpo, en el que se muestra un tórax triangular que se va estrechando de forma progresiva hacia la cintura. Las piernas han desaparecido. Con la mano del único brazo que vemos, la mujer está tocando la cabeza del oso. Y un detalle que nos parece fundamental: la escena no transmite en ningún momento dramatismo ni violencia. Teniendo en cuenta que nadie, en su sano juicio, va por ahí tocando la cabeza de un oso, parece claro, pues, que esta composición encierra un sentido alegórico mucho más profundo. Pero, ¿qué se pudo querer representar en ella?

En el interesante y documentado libro El oso. Historia de un rey destronado, Michael Pastoureau, catedrático de Historia de la Simbología Medieval, analiza los tres ejes temáticos en torno a los que, a lo largo del tiempo, ha girado la relación entre osos y humanos. A saber, la metamorfosis de una persona en oso u osa, el de la osa maternal y protectora que alimenta a un bebé, o también el de los amores monstruosos y carnales de un oso con una mujer.

Una primera cuestión que convendría subrayar es el papel destacado que ha tenido el oso dentro del bestiario europeo. Podríamos retrotraernos a los tiempos paleolíticos y a su distinguida presencia tanto en los paneles pintados como entre los restos materiales recuperados en el interior de las cuevas. Mucho tiempo después vemos cómo se mantiene su protagonismo en las mitologías grecorromana y centroeuropea. Así las cosas, el oso fue durante mucho tiempo la pieza más valiosa y codiciada por las casas de fieras medievales y modernas, erigiéndose como rey del bestiario europeo hasta finales del siglo XII. Y ello a pesar de que, desde el siglo IV, la Iglesia inicia una feroz batalla por destronarlo, fundamentalmente por la cantidad y variedad de rituales paganos que tenían a esta especie como epicentro. Esta lucha contra el oso, que durará hasta inicios del siglo XIII y que se realizará por medio de batidas y masacres físicas, a través de la hagiografía, con la satanización de la especie y, por último, con su humillación y ridiculización públicas, supondrá su destierro como piedra angular de ese bestiario y su sustitución por el león, procedente de Oriente y dotado, a priori, de unas cualidades más nobles.

La escena pintada en Cañaica del Calar nos remite, sin duda, a esos mitos que evocan la relación del oso con la mujer y que han perdurado en la tradición folklórica bajo la forma de cuentos. Por otra parte, tampoco podemos olvidar que la estrecha relación entre el oso y la mujer, generalmente niñas, es un tema recurrente dentro de la literatura infantil, pudiendo rastrearlo en numerosos cuentos que, víctimas de un proceso de desmitificación por medio del cual esos viejos mitos pierden su originaria significación, se convierten ahora en visiones dulcificadas de esas antiguas historias, las cuales gravitan sobre aquellos ejes temáticos reseñados y cuyo origen bien pudiera hundir sus raíces en tiempos pretéritos. Conocidos son los cuentos de Ricitos de Oro, Blancanieves y Rojaflor, y tantos otros.

La existencia de este tipo de escenas, como aquella otra que conocimos de las mujeres de la Risca en su relación conyugal con el sol, viene a reforzar la idea de que el arte levantino no es un mero conjunto de figuras y escenas representadas con una simple intencionalidad historicista, sino que encierra un contenido simbólico mucho más profundo que lo aproxima, antes bien, a su categorización como compendio de relatos míticos de los últimos grupos de cazadores recolectores de la vertiente mediterránea peninsular.

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