Noticias del antropoceno

Cuando los liberales cabíamos en un taxi

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

En concreto éramos tres en Murcia, que yo recuerde: Adrián Ángel Viudes, Alfonso Riera y yo mismo, que vivía entonces en Cartagena después de mis años de activista en Pamplona como presidente local de las Juventudes del Partido Demócrata Liberal de Joaquín Garrigues Walker. En aquella primera época, los que éramos en España nos reunimos en el despacho madrileño de nuestro venerado Joaquín, una especie de John F. Kennedy a la española, con familia de la aristocracia política del momento incluida. Éramos tan pocos, que yo salí elegido vicepresidente nacional de las Juventudes Liberales, aunque prácticamente nadie se dio por enterado. Por aquellos tiempos JGW acuñó la famosa frase de que los liberales españoles cabían en un taxi. Al menos en Murcia, era literalmente así

Desde Cartagena, y ya integrado en la UCD, me puse en contacto con el resto de militantes en Murcia, y me encontré en la capital con ‘el otro’ joven liberal: Alfonso Riera. Y también tuve oportunidad de conocer al liberal ‘senior’, que no era otro que Adrián Ángel Viudes. Creo que había por Murcia algún otro liberal, pero de una adscripción distinta a la de Garrigues Walker. Y no recuerdo si Jesús Martínez Pujalte respondía a la misma adscripción o era otro episodio de su oportunismo rampante.

Recuerdo años después una comida con Adrián Ángel Viudes en la que nos contó anécdotas de la primera etapa de la UCD, entre las que destacaban las referidas al inefable Ricardo de la Cierva, un cunero con raíces murcianas que Adolfo Suárez introdujo como ministro de Cultura en el Gobierno para que le chivara las maldades que decían de él los otros ministros. Un día, según nos contó Viudes, De la Cierva fingió una llamada del presidente Adolfo Suárez (él había descolgado de tapadillo el teléfono supletorio) en la que este supuestamente insistía en la promoción de un candidato jumillano propuesto casualmente por De la Cierva: ¡el conservero p’arriba!, se desgañitaba el futuro ministro tapando enérgicamente el auricular del teléfono para que no le oyera su inexistente interlocutor. 

Así funcionaban las cosas en la política en esos tiempos. Éramos pocos, mal avenidos y nos reíamos mucho.

Suscríbete para seguir leyendo