Limón&Vinagre

Jorge Vilda: Un millonario en ciernes

En el fútbol profesional, no digamos en el otro, en España, hay incrustada una capa mandona, casposa, machista y antigüita

Jorge Vilda, durante el calentamiento de uno de los partidos del pasado Mundial femenino.

Jorge Vilda, durante el calentamiento de uno de los partidos del pasado Mundial femenino. / Reuters / Asanka Brendon Ratnayak

José María de Loma

José María de Loma

Jorge Vilda debería ser velocista. Nadie recorre en tan poco tiempo el trecho que va de ser campeón del mundo a ser destituido. Despedido. Pero es entrenador, no corredor. En busca de trabajo. O mejor dicho, de indemnización. Lo cual, paradójicamente, puede suponerle una carrera de fondo.

El ya exseleccionador del equipo español femenino pleiteará para que el suculento sueldo que Luis Rubiales le prometió en un atril y cerrar de ojos -medio kilo al año- se haga efectivo. Tal vez por eso le aplaudió tanto. También le aplaudieron, a Rubiales «no voy a dimitir», otros y otras que siguen en su cargo federativo-deportivo. En un principio pudo pensarse que iban a pagar justos por besadores. Se fulminó a Vilda, pero Rubiales seguía ahí. Rubiales aspiraba a protagonizar el relato más célebre de la literatura, el de Augusto Monterroso, «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Pero con él y sin el dinosaurio. Pero ha dimitido. Finalmente.

Dicen las buenas lenguas que, aconsejado por su padre, que se puso cabal y le advirtió del pequeño detalle de que estaba dañando al fútbol, a su familia, a su persona y a mucha más gente, incluida Jenni Hermoso. A veces parecía que Rubiales oía voces en su interior. No. Le ha bastado con oír a su familia. Lo malo de esta historia es que la sustituta de Vilda, Montse Tomé, ha sido su segunda, su cómplice deportiva. De Vilda. Y también aplaudió el rubianismo, la rubianidad, el discurso, las intenciones y la proclama lastimera trufada con (más) bemoles de Rubiales ese día en el que trató de dar explicaciones sobre cómo se besa a una mujer de la que eres superior jerárquico agarrándole la cabeza en público. Por tanto, la limpia no es completa.

En el fútbol profesional, no digamos en el otro, en España, hay incrustada una capa mandona, casposa, machista y antigüita.

Pero volvamos al entrenador caído. Sus méritos son muchos pero, estrictamente en lo deportivo, también había razones para cesarlo: el motín nunca bien cerrado en 2022 de tantas jugadoras que le achacaban ninguneos, privilegios para las titulares, favoritismos y métodos poco profesionales, literalmente, o sea, que no las entrenaba como si fueran jugadoras de élite. Paradójicamente: pues anda que si las llega a entrenar bien…

Jorge Vilda lleva el fútbol en la sangre pero, de momento, lo que más puede fluirle son los billetes. Nació en Madrid en 1981 y es hijo de Ángel Vilda, que fuera preparador físico en el Barcelona de Johan Cruyff. No es mala escuela. Padre e hijo trabajaron juntos en el fútbol femenino y consiguieron éxitos y fue en 2015 cuando Jorge se hizo con el cargo de entrenador de la selección española femenina. Sustituía a Ignacio Quereda, que dimitió tras 27 años en el cargo, lo que da una idea del concepto de renovar que tienen en algunos estamentos. A Quereda le faltó decir, a propósito de su dimisión, como al del chiste que publicó su primera novela a los ochenta: «No soy partidario de precipitarme». Vilda sustituyó a alguien acusado de vejar a las «nenas» y se va envuelto, rozado, también en un escándalo del mismo género. Género. Valga la redundancia.

Estar a la altura

Dicen los mentideros que le apetece el Madrid; también a mí me apetece el New York Times y a un cabo la capitanía. A partir de ahora, Jorge Vilda tendrá que trazar una estrategia para continuar en la pomada futbolística. Puede resultarle fácil, no en vano ha sido profesor de táctica en la Escuela Nacional de Entrenadores. Alguna táctica podría haberle aconsejado a Rubiales. O un método. O una estrategia. O, simplemente, que no se tocara los huevos en el palco, lo que hubiera sido un buen comienzo. Si España no llega a ganar no se hubiera producido la sujeción manual de la bolsa escrotal delante de la realeza, ni la euforia se habría enseñoreado de tantos, ni, por tanto, se habría producido el infame besuqueo. Rubiales y Vilda seguirían en los cargos. Vilda está tal vez, por tanto, pensando en eso de amarga victoria.

No es que Jorge Vilda no sea un buen entrenador: es que no ha estado a la altura. Del momento, de los tiempos ni de lo que supuso ese beso. Como no lo han estado la mayoría de los jugadores masculinos de la élite. El otro día, a uno de ellos le encomendaron la lectura de un comunicadito bienqueda, que fue a desgana declamado. Con menos garbo que un tucán cansado, con el entusiasmo y convicción de quien lee el prospecto de un medicamento para el riñón. Menos da una piedra. 

Suscríbete para seguir leyendo