Tragaloperro

El trompazo

Calvin y yo vamos por ahí contando que vimos la victoria de Pedro Sánchez antes que nadie. 9 de noviembre. 2019. Revólver. Cola del baño. Dos de Mali con el voto clarísimo. «Socialista». ¡Pum! «Sánchez». ¡Pum, pum! Calvin y yo nos miramos. «Recoja la herramienta, agente –dijo–. Aquí estamos ya». En la puerta nos subimos los cuellos de las cazadoras. Se lió un cigarro y puso esos ojos suyos de morsa chunga. De camino al Bar Sin Fuste sacó una libreta imaginaria y pasó unas páginas, también de mentira. «Esto solo puede significar una cosa: gana el Action Man». Yo pensaba en que los de Mali ya habrían meado. Le dije que sí. Cuando se ponía así era mejor apartarse y disfrutar del bailarín escotado, de puntillas en la cresta de la ola, la luna al fondo. Daba gusto.

La noche previa a unas elecciones nos cascábamos el frac de prefiesta democrática. Recorríamos Murcia para preguntarle a todo Dios qué iba a votar. Yo levantaba un dedo. «Nos quitarán el futuro, amigo, pero nunca la tontuna», decía, porque a veces el desfuste del mundo está ahí esperando a que uno lo raspe al pasar. Así conocimos a Carolina, del Pacma pero abstencionista «porque los leones no votan». O Paco, kioskero de Aljucer, socialista y «profundamente preocupado por el tema soberanista». Joaquín, pionero del vermut en Sidney y fascista. Incluso a Óscar Urralburu, que le preguntamos en la puerta del Trémolo por el sorpasso y casi nos tiene allí todavía con la ley electoral y María Santísima. Una vez en Musik. Las seis o así. Agarré a Calvin por el hombro. Le grité: «¡Amigo, vamos a ganar!». Él escupió al suelo y se zafó. «Mira qué hora es y quiénes estamos aquí», respondió. Yo aprendí que a veces un cuerpo puede aguantar todo el dolor del universo.

Este sábado no habrá ruta. Estamos raros, Calvin y yo. Tampoco nos sale ya esa frivolidad veinteañera, que parecía que no existía látigo ultraliberal que nos sacase de los sesos aquel tole tole insensato. Ahora nos costaría un disgusto. Veo a Calvin zarandeando a un subnormal, preguntándole cómo capullo no vamos a construir vivienda pública a norre. Le digo: «Calvin, amigo, ¡el tono!». Contesta que no podemos ser siempre los protagonistas del chiste. «El protagonista del chiste, agente, es el que se lleva el trompazo», me dice de camino al 24 horas. Y yo le digo que sí.

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