Opinión | Cartagena D.F.

El precio del miedo

Jornadas Tejiendo redes sobre la coordinación sociosanitaria': un modelo de trabajo para la salud comunitaria.

Jornadas Tejiendo redes sobre la coordinación sociosanitaria': un modelo de trabajo para la salud comunitaria. / Andrés Torres

Ya he escrito en más de una ocasión que el que fuera cronista de Cartagena, Isidoro Valverde, decía que en la vida hay dos tipos de personas: los que viven de los demás y los que viven para los demás. El problema es que los primeros destacan más, porque sus actuaciones resultan escandalosas, y nos pasamos días, semanas y meses con sus fechorías en las noticias. Por el contrario, ser buena persona y trabajar por los demás, si bien es noticia, pocas veces va más allá de un reportajillo ocasional. Y el mundo está tan lleno de buena gente como de malvados chupasangres que solo buscan lo que pueden aprovechar del otro.

Se han cumplido esta semana cuatro años de aquella pesadilla del confinamiento, del día en que nuestras casas pasaron de ser un hogar a una cárcel. Nos daba miedo bajar la basura al contenedor y hasta abrir la puerta de casa. Era como si viviéramos en otra realidad, en la realidad del pánico, un pánico que algunos convirtieron en una oportunidad de negocio, sin escrúpulos, pero que otros aprovecharon para ayudar y socorrer a los que más apoyo necesitaban.

Comienzo por los malos, no porque lo considere más importante, sino para que terminen esta lectura con buen sabor de boca y les anime a alejarse de las miserias humanas para contagiarse de la bondad que despliegan tantos hombres y mujeres anónimos, cuya grandeza no sale en los periódicos.

Vuelvo a esos días de hace cuatro años, en los que el papel higiénico volaba y los estantes parecían desiertos. Y en que las mascarillas se pagaban a precio de oro. Recuerdo que llegué a comprar cuatro FFP2 por 40 euros, a diez euros cada una, casi cien veces más del precio por el que podrían adquirirlas ahora, cuando los sinvergüenzas no pueden aplicarle su particular impuesto del miedo. Entonces, creí que ese desorbitado precio era fruto de eso del mercado de la oferta y la demanda, que se debía a la escasez de este material. Asumí que era lo que costaba protegerse del monstruo del covid e, incluso, hubiera pagado más, si me lo hubieran pedido. Si hasta tuve la suerte de que un conocido me las reservó, porque lo habitual al llegar a la farmacia era que te dijeran que se habían agotado. Ahora descubrimos que, aunque no apareciera en el tique, algunos incluyeron un concepto extra: la ruindad.

La pandemia sacó a la luz lo peor de algunos, pero también lo mejor de muchos otros. Esta semana he podido descubrir un modelo de asistencia y ayuda a los ciudadanos basado en el trabajo comunitario, gracias a las Jornadas Tejiendo redes sobre la coordinación sociosanitaria: un modelo de trabajo para la salud comunitaria, que se han celebrado en el antiguo CIM. Se trataba de poner en valor y tratar de potenciar un sistema de cuidado de la salud que, aunque existía antes de la pandemia, se iba perdiendo y el covid reactivó. Trato de explicarles lo que aprendí en este encuentro, al que ni siquiera los medios oficiales le han concedido la importancia de divulgación que merece y, sobre todo, que beneficiaría a tantas personas que, como yo, desconocen esta labor.

El poeta francés Paul Éluard escribió aquello de que «hay otros mundos, pero están en éste». Las jornadas me han enseñado que son muchas las ‘Cartagenas’ que se concentran en nuestro municipio y que cada una de ellas es un mundo distinto, que «cada una son de su padre y de su madre», como dice mi madre. Los múltiples territorios, barrios y diputaciones que constituyen Cartagena tienen características muy diversas, por lo que cada uno requiere ajustar las actuaciones a sus necesidades particulares. Es algo así como el padre con seis hijos a los que quiere por igual, pero como cada uno de ellos tiene su propio carácter y personalidad, los trata en función de sus necesidades.

Más o menos esa es la filosofía de las redes de profesionalidad y solidaridad que se han tejido y se siguen tejiendo en nuestros barrios y pueblos. Seguro que muchos de ustedes desconocen que existen unos grupos motores en estos territorios, integrados por profesionales sanitarios, de los Servicios Sociales, de las escuelas, de las asociaciones, de las farmacias y de colectivos deportivos, religiosos y de todo tipo que velan para que su zona y sus vecinos gocen de un mayor bienestar y, por tanto, de una buena salud. ¿De verdad que eso no le interesa a nadie? Si es así, eso es lo que debería darnos miedo. Me consuela pensar que a los más de 250 asistentes a las jornadas y a los miles de personas que trabajan unidas por sus barrios sí que les preocupa y, sobre todo, les ocupa. ¡Enhorabuena y mil gracias por cuidarnos!

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