Mamá está que se sale

El vendedor más grande del mundo

Somos una combinación genética irrepetible. Imposible de reproducir. Aunque nos hicieran de nuevo, no nos harían igual

Elena Pajares

Elena Pajares

Nunca fui una fan total, ni parcial, de los libros de autoayuda. Pero reconozco que algunos sí que me engancharon. Y aunque me tira para atrás toda esa filosofía de flower power, como si meditar diciendo ‘Om’ con los ojos en blanco pudiera atraer de verdad la buena suerte, ahora que estoy leyendo a Marián Rojas y sus fórmulas para que te pasen cosas buenas, he de confesarte que alguno de esos libros sí me parece que te ponen en el camino de la suerte, si es que eso existe.

Hace poco, mi madre rescató del baúl de los recuerdos El vendedor más grande del mundo, de Og Mandino. Probablemente, sea uno de los libros del que fui más fan, hace por lo menos veinticinco años. Me encantó volverlo a encontrar. Te lo tienes que leer. Fuensanta Marín lo tiene en su librería (o te lo busca si no está en su tienda, que lo dudo).

Aunque no lo había vuelto a ver desde entonces, todavía recordaba algunas claves de cómo convertirte en el vendedor más grande del mundo, siguiendo las consignas que venían en cada uno de los pergaminos que Hafid tiene que ir abriendo a lo largo de la historia.

Como te puedes imaginar, el libro no sólo va destinado a vendedores. Cada uno de los pergaminos esconde un mandamiento, elemental y casi absurdo, al alcance de cualquiera, pero que conduce al éxito. Combinando todos los pergaminos entre sí es como Hafid se convierte en lo que da título al libro.

No sé si Amancio Ortega o Jeff Bezos lo leyeron en sus tiempos mozos, pero Hafid era, como estos dos en sus inicios, un pobre miserable que no sabía qué hacer para progresar. Pero era buena persona, algo que, aunque no viene en ninguno de los pergaminos, se va dejando caer a lo largo del libro. Y que resulta ser el don esencial que le pone en la senda del éxito. Un corazón de oro quizá sea lo que marque la diferencia entre quienes aspiren a ser los vendedores más grandes del mundo, y los que toda su vida sean los capullos más grandes del mundo. Así, con galones.

El primer pergamino le obliga a hacerse esclavo de los buenos hábitos. No sólo a seguirlos. Esclavo. A no permitir la entrada a nada que le separe de ellos. Entender que no se puede poner un pie sobre otra cosa. Y a huir de los malos hábitos, porque son el camino hacia el fracaso. El segundo pergamino, persistir hasta alcanzar el éxito. Jolín qué dolor da esto. Persistir, vale ¿hasta alcanzar el éxito? Madre mía, qué largo se puede hacer esto.

Luego vienen otros, como saludar el día con amor, o vivir cada día como si fuera el último… Hay varios que son así más predecibles y de rollo flower power, que te decía antes. Pero más adelante viene el pergamino de considerar que cada uno somos el milagro más grande de la naturaleza. No hay otro como nosotros. Estadísticamente, es así: somos una combinación genética irrepetible. Imposible de reproducir. Aunque nos hicieran de nuevo, no nos harían igual. Y eso hay que aprovecharlo. Como decía Patricia Highsmith en El talento de Mr. Ripley: cada hombre tiene su talento. Hay que descubrirlo. Encontrar qué hacemos cada cual de forma distinta a los demás es la clave para conseguir vender, con tu sello, hasta un escupitajo.

Hay más pergaminos, claro. Creo que eran diez. Pero no te voy a dar la murga aquí con lo que dice cada uno. Quédate con que también a veces hay que tomarse las cosas con calma, y que el camino, al éxito o a cualquier meta que uno se proponga, normalmente está lleno de obstáculos, y es necesario llenar las alforjas de santa paciencia. Es como dice mi amiga Pepi, que cada cual tiene que pasar, igual que Ulises, una serie de pruebas, para poder volver a Ítaca. Hay una parte del libro dedicada también a eso de lamerse las heridas. Normal. No va a ser todo maravilloso y a la primera.

Por último, y para cuando todo se tuerza y salga mal, rezar. En el libro, que imagino que pensarían en venderlo en distintos países, no hablaba de Dios, ni de Alá, ni Buda. Habla de rezar a la energía creadora, no para que nos llueva maná en forma de billetes, sino pedir para que lluevan llaves, y, sobre todo, que sepamos usarlas. De verdad, la historia no tiene desperdicio. Que la disfrutes.

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