Cartagena D.F.

De tractores y detractores

En nuestro país no pensamos en resolver los problemas serios hasta que nos plantan los camiones o los tractores en las autovías y nos dejan bloqueados y cabreados

Manifestación de tractores en el Valle de Escombreras

Manifestación de tractores en el Valle de Escombreras / Iván Urquízar / LMU

Andrés Torres

Andrés Torres

Algunas veces, me lanzo a contar chistes. De esos cortos más malos que el hambre. No es que tenga mucha gracia, pero encadeno uno tras otro y acabo dibujándole una sonrisa a alguien. Uno de los fijos es el del padre que le grita al hijo: «¡Antonio, arranca el tractor!». A lo que el joven responde: «¡Papá! ¿Dónde lo has plantao?”.

No sé cuántos Antonios habría entre los agricultores que han tomado la actualidad esta semana, pero han plantado sus tractores en carreteras y ciudades de todo el país, y no hay Antonio ni delegado del Gobierno que los mueva. Han liado la mundial, al menos en España y en toda Europa, incluido en nuestro Puerto de la Cadena y nuestro valle de Escombreras, cuyas empresas energéticas pagan el pato siempre que se trata de armarla para dificultar el abastecimiento de suministros. Se levantan contra los gobiernos, se rebelan contra las normas, los mercados y esos ‘malvados’ intermediarios que uno nunca sabe muy bien quiénes son y, aunque todo suena muy abstracto y muy macroeconómico, los que padecemos primero los atascos y los bloqueos y las subidas disparatadas, después, somos personas muy concretas, muy microeconómicas, porque somos nosotros, los suministrados.

Lo de estos días no es ningún chiste, pues tenemos en rebeldía a la mano, mejor dicho, las manos que nos dan de comer, a los que plantan las patatas, los limones, las lechugas y los melones con los que nos alimentamos, al menos en parte, porque nuestros estómagos dan cabida, sin que nos demos ni cuenta, a kilos y kilos de frutas y hortalizas que transitan por los océanos hasta arribar a nuestras barrigas. Cosas del libre mercado y la libre competencia, que pensarán muchos.

Y ahí está la clave, en pensar. Porque en nuestro país no pensamos en resolver los problemas serios hasta que nos plantan los camiones o los tractores en las autovías y nos dejan bloqueados y cabreados. Todos los políticos a los que he leído o escuchado estos días han convertido, de repente, en una prioridad la mala y comprensible situación que atraviesan las gentes del campo, como si no se hubiera visto venir todo este tiempo en que el kilo de melocotones o el de plátanos se disparaban, sin que los agricultores se sintieran parte del pastel de quienes se reparten la tarta. Ahora, toca correr, negociar y ceder, porque ellos tienen el tractor por el mango.

Nosotros, en los bares y en las sobremesas, sacamos a nuestro españolito, que para estas cosas de los conflictos estamos cortados todos por el mismo patrón y, del mismo modo que llevamos un seleccionador nacional de fútbol dentro, somos capaces de desplegar nuestra inmensa sabiduría sobre cualquier tema que se precie y sobre el que merezca la pena discutir y ofrecer nuestra valiosa opinión, por más que, en realidad, no nos interese ni a nosotros mismos. De repente, todos sabemos de márgenes, de sequías, de ayudas europeas, de leyes antipesticidas y sus efectos en el medio ambiente y hasta de manipulación genética para obtener las semillas que nos den la mejor sandía de la historia de la agricultura universal. ¿Quién quiere el título de ingeniero agrónomo o de economista especializado en comercio internacional, si me basta con repetir y replicar lo que le he escuchado o leído al gurú de turno? Que lo mismo me habla de la calidad musical y moral de una «zorra de postal» que de los embalses en estado crítico, pasando por una amnistía frustrada hasta el momento y amenazada por una trama rusa de espionaje. ¡No me digan que no vivimos en un país de película! Tan real y tan falso como los bitcoin, que dan nombre al hotel que da título a la película que ha empezado a rodarse en Cartagena hace cuatro días.

Mentiría si dijera que la otra noche, en la quedada de amigos, no saqué a mi españolito y opiné como el más docto y sabio de los expertos sobre esta «rebelión» rural, cuando lo más parecido al campo que he pisado es el huerto del cole de mis hijas. Lo que importa es el debate y ser tan capaz de abanderar la defensa de lo indefendible como de encumbrarse en el más demoledor de los detractores de esto y de lo contrario. Que a opinar no nos gana nadie.

La realidad es que no tengo ni idea de márgenes de beneficio en los cultivos ni de costes de producción, de abonos ni de pesticidas ni, por supuesto, de tractores. Lo que nadie me va a discutir es que hace dos veranos compraba el aceite de oliva suave a 5 euros y que, ayer, pagué a 9,25 la misma botella. Ya estoy pensando en comprarme un tractor, que es lo que se lleva ahora. Y que sea amarillo.

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