Café con moka

Nos queda el nombre

El hombre del renacimiento cultiva rosas, solemos colocarlas por la casa y las respiramos. No se puede detener su proceso, como la vida misma. De rosa nos queda su nombre, su concepto, la belleza de su recuerdo; como en toda buena película o libro

Sean Connery y Christian Slater en 'El nombre de la rosa' (1986), adaptación de la novela de Umberto Eco, dirigida por Jean-Jacques Annaud

Sean Connery y Christian Slater en 'El nombre de la rosa' (1986), adaptación de la novela de Umberto Eco, dirigida por Jean-Jacques Annaud

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Libros y películas han mantenido, casi desde el origen del cine, relaciones dispares. En muchas ocasiones, determinadas películas han pasado a la historia eclipsando prácticamente a los autores de sus novelas germinales y, por el contrario, también tengo en mente numerosas adaptaciones cinematográficas que no hacen ninguna justicia a los libros que las alumbraron y han perdurado como adaptaciones torpes de obras geniales. En mi experiencia concreta, he tenido el disfrute tanto de descubrir libros maravillosos partiendo de películas como del modo inverso. Por citar algún ejemplo, la célebre película El gatopardo me llevó a descubrir hace años al escritor italiano Giuseppe Lampedusa, su novela homónima y otras de su producción. Por el contrario, siempre me pareció la película La Novena puerta una torpe adaptación de una novela muy aceptable como es El club Dumas, del cartagenero Pérez Reverte. Serían muchos los casos que podríamos citar tanto de una como de otra opción. También es justo decir que hay películas como El perfume, del director Tom Tykwer, basada en la novela homónima de Patrick Susking, que me pareció un film tan excelente como la novela que la inspiró.

Todo esto viene al hilo de una novela y una película que forma parte de la vida de muchos de nosotros. Una película que ha envejecido con mucha dignidad y un libro que es una referencia entre las novelas del siglo XX: El nombre de la rosa, del célebre y casi venerable autor italiano Umberto Eco. La primera vez que vi la película era apenas una adolescente: siempre quedó en mi imaginario con una nitidez pasmosa. Muchos años después, en la universidad, leí el vastísimo libro: me enamoró y comprendí la complejidad de la obra y, en cierta manera, la simplicidad de la película frente al libro. Pero algo más me cautivó de gran inventiva de Umberto Eco: el título de la obra. El propio escritor italiano pensó, en una primera idea, titularlo La abadía del crimen, afortunadamente, no lo hizo. Posiblemente se trate de uno de los mejores nombres dados a una novela en la historia de la literatura. La idea parte de una cita latina tan del gusto del erudito italiano: stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus, la traducción es algo así como: «Y al final de la rosa solo nos queda el nombre». Es el colofón brillante para sus más de setecientas páginas.

El hombre del renacimiento cultiva rosas, solemos colocarlas por la casa y las respiramos. No se puede detener su proceso, como la vida misma. De rosa nos queda su nombre, su concepto, la belleza de su recuerdo; como en toda buena película o libro.

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