Limón&Vinagre

Claudine Gay, el coraje de la mujer que dimitió

Claudine Gay condena con firmeza la violencia de Hamás, pero al mismo tiempo considera que existe un valor superior que ella debe defender: permitir que las opiniones y las críticas circulen por el campus sin censuras

Toma de posesión de Claudine Gay como rectora de Harvard, el pasado 29 de septiembre

Toma de posesión de Claudine Gay como rectora de Harvard, el pasado 29 de septiembre / Joshua Qualls

Josep Maria Fonalleras

Claudine Gay es «alguien que cree que una hija de inmigrantes haitianos tiene algo que ofrecer a la universidad más antigua del país». Lo dice ella misma. De hecho, lo escribió en una carta que publicó The New York Times pocos días después de su dimisión. Porque Gay fue la primera mujer negra que recibió el encargo de ser rectora de Harvard, en 368 años de historia, y la persona que se sentó durante menos tiempo en la silla de máximo responsable. En concreto, desde el 1 de julio de 2023 hasta el 2 de enero de 2024. Seis meses en los que ha tenido que hacer frente a un auténtico tsunami mediático debido al conflicto provocado por los ataques de Hamás y por la reacción del estado de Israel.

Los hechos, de forma resumida, son estos: a partir del 7 de octubre, la fecha de los atentados terroristas, y a raíz de la violencia empleada por el Ejército en Gaza, más de 30 organizaciones de profesores y estudiantes protagonizan acciones a favor de Palestina, desde manifestaciones a manifiestos.

El Harvard Palestine Solidarity Committee publica un comunicado donde dice que «el régimen de Israel es completamente responsable de toda la violencia que pueda haber». Enseguida, las proclamas se vuelven, a ojos de los pro-sionistas (estudiantes, pero también mecenas de la universidad), campañas antisemitas. Y todos ellos, liderados por sectores radicales del Partido Republicano, exigen una toma de posición rotunda del rectorado. Claudine Gay condena con firmeza la violencia de Hamás, pero al mismo tiempo considera que existe un valor superior que ella debe defender: permitir que las opiniones y las críticas circulen por el campus sin censuras.

Mientras tanto, magnates como Bill Ackman, uno de los donantes más destacados de Harvard, elevan el tono de su ira con ataques desaforados. No solo considera que Gay es «la persona que más ha dañado la reputación de la universidad en toda su historia», sino que alquila camiones que circulan por el recinto con el detalle de los nombres de los estudiantes que han firmado manifiestos en pro de los palestinos para que queden retratados y pierdan la posibilidad de encontrar trabajo. También rondan la casa de Gay. Al mismo tiempo, más de 700 profesores se posicionan en favor de Claudine. 

Hasta que llega el 5 de diciembre. Tres rectoras (Gay, y las responsables del MIT y de la Universidad de Pensilvania) comparecen ante una comisión de la Cámara de Representantes para responder de su actitud ante el antisemitismo denunciado por los republicanos. Como dice la propia Gay: «Caí en una trampa bien parada». A las preguntas insidiosas de la congresista Elise Stefanik, reaccionó con una defensa de la libertad de expresión, «porque el libre intercambio de ideas es la base de una universidad», al tiempo que denunciaba el antisemitismo como «un síntoma de ignorancia, y la ignorancia no tiene espacio en la cuna del saber». Da igual. La campaña en contra de las rectoras se activó y provocó la dimisión de Liz Magill, de Pensilvania.

Difamaciones sobre su valía

Gay tardó un mes en renunciar, producto no solo de los ataques ideológicos, sino también de difamaciones sobre su valía académica. Graduada en Stanford y doctorada en Harvard, especialista en antropología y ciencias políticas, con una larga trayectoria de estudios sobre diversidad, equidad e inclusión y sobre la importancia del acceso de las minorías a cargos políticos, fue acusada de plagio. Por último, el 2 de enero dimitió.

La carta que decía al principio se titula «Yo he dimitido, pero ellos no se detendrán». Denuncia los «intentos coordinados de socavar la legitimidad de instituciones de confianza», con la idea de «destruir la fe pública en los pilares de la sociedad». Claudine Gay tiene una imagen carismática. Pelo muy corto, casi rapado, y gafas enormes de pasta. «Una mujer negra que dirigía una institución histórica», dijo. Y dijeron de ella, cuando fue catedrática de Ciencia Política en Stanford, que tenía «una capacidad de juicio soberbia, una elevada curiosidad intelectual y un singular estilo de liderazgo».

Los mismos que la han derribado, los que «no se detendrán», se han jactado del éxito de su insistente animadversión: «El objetivo es eliminar la burocracia que sostiene la diversidad, la equidad y la inclusión de todas las instituciones de Estados Unidos». En Harvard lo han logrado. Al tomar posesión del cargo, en julio, Claudine Gay pronunció la palabra clave de su carrera: coraje. Coraje y razón «para hacer avanzar la verdad». 

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