Nos queda la palabra

Campo a través

Con el paréntesis de un covid en el que todos redescubrimos la importancia de comer todos los días; lo agro, el medio rural es sinónimo de atraso y hoy son contados los jóvenes que eligen la boina verde frente a la gris de las grandes ciudades

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Julián García Valencia

Julián García Valencia

Como la vida misma. Fue nacer y empezar a morir. Hoy da uno de sus últimos estertores. Hace 10.000 años, siglo abajo o arriba, los hombres y las mujeres se convirtieron en sedentarios gracias al origen de la agricultura, con la mala suerte de que fue el inicio de la formación de aldeas, pueblos y, por último, ciudades. En aquellos floridos tiempos, los cultivos y la ganadería permitieron, incluso, ganar tiempo para el ocio productivo y reproductivo... pero duró poco, pues, antes de que concluyera su edad media, la riqueza se identificó con la huida del campo hacia los núcleos urbanos.

Con el paréntesis de un covid en el que todos redescubrimos la importancia de comer todos los días; lo agro, el medio rural es sinónimo de atraso y hoy son contados los jóvenes que eligen la boina verde frente a la gris de las grandes ciudades.

Una marcha que acabará muy pronto, pues aquí no hay caudal ecológico que valga. El 70% de las personas vivirán en las urbes en el ya cercano 2050, y ya si eso en el 2100 las pastillas, si algún humano queda, sustituirán a los incordiantes agricultores.

En nuestra tierra, fue Franco el que condenó a muerte, su palabra preferida, al campo. Decidió que España debería cultivar solo las fiestas patronales y religiosas, los toros y el turismo. Obligado, como todos los que llegan al Gobierno, aceptó el desarrollo industrial de Cataluña y el País Vasco y, como toda regla tiene su excepción, dio vía libre al trasvase del Levante ideado en tiempos de la República.

Ni que decir tiene que los que hoy esgrimen la bandera agraria con mayor fuerza son aquellos franquistas resentidos que, como loros, van repitiendo uno de sus lemas: «Yo no soy político». Son tan apolíticos que piden suprimir la soberanía popular por la ley del cheque. Qué ingenio tienen, tanto como para compatibilizar sus exclamaciones de libre mercado con las reclamaciones de máxima protección estatal.

Como en toda la historia, solo la colaboración y el diálogo que encarna la Unión Europea permiten avanzar. No es fácil. De hecho, estamos comprobando lo duro que es ser inmigrante, que es lo que nos consideran los franceses al taponar la frontera y desacreditar nuestra mejor carta de presentación, la producción agroalimentaria.

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