La mirada del lúculo

Agencia 007 con licencia británica

Ian Lancaster Fleming estuvo obsesionado con la comida. La gula, incluso más que la lujuria, fue la corriente eléctrica de las aventuras de su héroe 

Ilustración de Pablo García.

Ilustración de Pablo García.

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

De vez en cuando, en ese diálogo que mantienen el lector y sus fetiches, me reencuentro con James Bond, o lo que es lo mismo, con su creador, el escritor, periodista y oficial de la inteligencia británico, Ian Fleming. La afinidad entre personaje y autor animan a identificarlos igual que si se tratara de un único ser, como pocas veces sucede en la ficción. Con Bond/Fleming el diálogo pende, no obstante, en demasiadas ocasiones, de un hilo culinario muy real. Ian Lancaster Fleming (1908-1964) estuvo obsesionado con la comida; la gula, incluso más que la lujuria, fue la corriente eléctrica de las aventuras de su héroe. Los recién llegados a James Bond se sorprenderán al ver cuánto tiempo dedica el 007 en Casino Royale (1953), y los episodios que siguieron, dando consejos a sus chicas y a sus superiores sobre qué comer, con el autor pegado al hombro, mientras examina el menú del restaurante de turno. Admitamos que no siempre se expresa con la suficiente franqueza. El problema con el caviar, dice en un momento dado, estriba en obtener suficientes tostadas para acompañarlo. Todos sabemos que no es así. La cocina inglesa es la mejor del mundo, cuando es buena, sentencia. Habría que añadir que es difícil que esto cobre visos de realidad, porque raramente ocurre. Fleming, el creador del superagente, no se limita a detallar la comida, como cualquier camarero en cualquier otra novela de cualquier otra procedencia, sino que se sienta a la mesa y la comparte con él.

La comida de Fleming y Bond es un tema sobre el que se ha escrito mucho. Y parte de ello gira en torno a los restaurantes que el primero frecuentó. Sus amigos decían que en casa comía de forma sencilla: sabemos que entre sus pitanzas favoritas se encontraban los huevos revueltos con algo de salmón ahumado, pero cuando quería darse un homenaje, lo hacía fuera. Transmitió sus apetencias culinarias a Bond. Es ahí donde radica la insistencia en mantenerse firme a sus orígenes como un hombre del imperio. Con más que aparente convicción, escribió que la comida inglesa era la mejor del mundo. Consideraba insuperables las ostras de Colchester y Whitstable; todos sus pescados, en particular el lenguado de Dover; el salmón ahumado de Escocia; los camarones; las chuletas de cordero; el jamón de York, y casi todas las verduras, especialmente los espárragos y los guisantes. Echando una ojeada a sus restaurantes favoritos, y teniendo en cuenta el inexorable paso del tiempo, comprobamos que los que no desaparecieron se han convertido en auténticos mausoleos o panteones dedicados al recuerdo. La mayoría, londinenses. En primer lugar está Scotts, de Mayffair, originariamente en el 18-20 de Coventry Street, cuando Fleming solía comer allí. También Bond, claro. En Sólo se vive dos veces, 007 planea llevar a Mary Goodnight para celebrar su ascenso; en Moonraker, se menciona que la mesa favorita de Bond estaba en la ventana a la altura de la farola, y en Diamantes para la eternidad Bond acompaña allí a Bill Tanner a almorzar. Simpson’s-In-The-Strand, por contra y aunque era uno de sus habituales, no lo compartió Fleming con su personaje, puesto que no aparece en ninguna de sus obras. La única aparición de Rules, otra de las viejas instituciones, es en Spectre. La lista de Londres se completa con L’Etoile y The Ivy, cocina francesa; Overton’s, especializado en mariscos, frente a la estación Victoria; Quo Vadis, italiano; Ritz Grill y Savoy Grill; Wheelers, mariscos en Old Compton Street), y Wilton’s, pescados y mariscos, que permanece abierto en Jermyn Street.

Hay otras referencias fuera de la capital del reino Unido, sobremanera en Nueva York. En Vive y deja morir, el Hotel Plaza se menciona como un lugar de encuentro para Bond y el agente de la CIA, Felix Leiter. Bond también comió en el Oyster Bar de la estación Grand Central. El agente 007 se refiere al Lutèce, famoso por su tarta alsaciana y su ‘foie gras’ salteado, como uno de los grandes restaurantes del mundo. Voisins, de finales de los años cincuenta, y Sardi’s, un punto de reunión de los artistas en Manhattan, fueron lugares frecuentados por Fleming. En Desde Rusia con amor, Fleming escribe: «El desayuno era la comida favorita del día para Bond». Al agente 007 le encantan los huevos, preferiblemente revueltos, con tocino o salchichas. Aunque británico por excelencia, prefiere el café negro fuerte al té. A lo largo de la serie hay varias referencias a Bond comiendo huevos, tanto en el desayuno como en las meriendas nocturnas. Lo mismo que hacía su creador.

Bond es carnívoro. Le gusta la carne de vacuno, el cordero y la caza. No hace distingos por razones de origen o exotismo, en Goldfinger se le ve disfrutando de un curry, y en Desde Rusia con amor, de un doner kebab. En el almuerzo y la cena, se sabe que come urogallo, espárragos y salsa holandesa, filete y patatas fritas, o rosbif frío con ensalada de patata. Bond no es reacio a los mariscos, ya que a menudo elige cangrejo aliñado para el almuerzo, como en Diamantes para la eternidad, y de vez en cuando prueba el lenguado a la parrilla. Nuevamente, la nostalgia de Dover. Es comida británica cuando está en casa, pero cuando viaja, 007 disfruta de la oferta local al alcance. Langostinos en Francia, tallarines en Italia, o los famosos cangrejos rojos de Estados Unidos con mantequilla derretida. Siempre con champán rosé.

Frecuentemente se asocia al 007 con el martini agitado, pero a James Bond también le gustan otro tipo de bebidas. El Bollinger es recurrente. En Casino Royale, Fleming ofrece la receta de The Vesper de un martini que incluye ginebra Gordon’s, vodka, Lillet y cáscara de limón para decorar. En algunos de sus libros se menciona el popular cóctel de whisky a la antigua, que en la mayoría de los casos era doble. Cuando disfruta de una bebida al aire libre, Bond suele pedir un americano, a menudo con Perrier, ya que «el agua con gas cara es la forma más barata de mejorar una bebida pobre». Decididamente británico, nuestro 007.

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