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Tiempo

Ahora que es comienzo de año y que la vida me ha enseñado algunas cosas y en los últimos días más, quizás sea el momento de parar y entender que lo más valioso que tenemos es el tiempo

Freepik.

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Belen Unzurrunzaga

Belen Unzurrunzaga

Es hora de recoger los adornos navideños, el Belén y el árbol. Si la flor de Pascua sigue viva, felicidades, ya me dirán cómo lo hacen. Si quedan restos de mazapán o polvorones, pueden pasar dos cosas: que acaben duros como piedras en alguna caja guardados hasta tirarlos la próxima Navidad o seguir comiendo hasta reventar si no lo han hecho ya. 

Se acabó la moqueta roja, la iluminación navideña y altavoces con villancicos por las calles, espectáculos insufribles de fuegos artificiales, celebraciones que se convierten en botellones multitudinarios y un andamio obscenamente caro llamado árbol de navidad, por fin. 

Nos volvemos locos con las compras, las comidas y cenas, las celebraciones... parece que al acabar el año apretamos el culo para quedar con todos los amigos, los de siempre y los que vemos dos veces al año, una siempre en Navidad. Parece que estos días son para reunirnos, brindar, ponernos ñoños, escribir a un ex o llorar de nostalgia porque falta familia sentada a la mesa, mientras no hemos sido capaces durante todo un año de dedicar tiempo a todas aquellas personas que queremos, que nos quieren, que son familia. 

Ahora que es comienzo de año y que la vida me ha enseñado algunas cosas y en los últimos días más, quizás sea el momento de parar y entender que lo más valioso que tenemos es el tiempo. Dejen de hacer propósitos absurdos, o empezar un coleccionable, dedíquense tiempo con quien les apetezca, con quien ríen, con quien se sienten en casa, con quien no tienen que fingir, ni discutir, ni sentirse incómodos. El tiempo corre demasiado deprisa y no merece la pena perderlo. Guardar en la memoria los momentos vividos es lo que nos vamos a quedar y el día de mañana nos sacará una sonrisa, todo lo demás no vale nada. El tiempo compartido es lo único que importa. 

He empezado el año perdiendo a alguien bueno, demasiado joven, con toda la vida por delante y viendo a gente a la que quiero perder a sus seres queridos. En un día y medio, demasiado dolor, sabía que este 2024 no me iba a gustar y qué iba a doler, pero ha empezado dejándome sin aliento demasiado pronto. 

Hacía semanas que no conducía, y el jueves cogí el coche para ir a despedirme, cuando llegué la iglesia estaba vacía, sólo una mujer en primera fila en una esquina afinaba una guitarra. El sacerdote salía a encender un cirio, había penumbra, me senté en la última fila, media hora de silencio recordándote. Una iglesia abarrotada de gente, de rabia y dolor porque te hayas ido demasiado pronto. Me quedo con lo vivido, con el flechazo de amistad al conocernos. Mi caída en el tobogán improvisado, y ese fin de semana en el campo, la boda de Óscar y las risas al encontrarnos en Cartagineses y Romanos. El tiempo compartido, ahora me sabe a poco y lo lamento.  

Tiempo es lo que hace tiempo decidí que le dedicaría a mamá, y aquí estamos comiendo restos del roscón, tomando un chocolate mientras les escribo. Tiempo para cuidar, hacerla reír, sacarla de sus casillas y que me eche de casa, aunque después no quiera que me vaya. Tiempo para acompañar, tiempo para devolver un poco de amor, algo que está ahí hasta que deja de estar y entonces nos lamentamos. 

Podría haberles hablado de la vuelta del curso político, del muñeco apaleado de Ferraz, de la ola de gripe del país, de las guerras insoportables de Gaza y Ucrania, de cómo nada ha cambiado, ni hay voluntad porque nada cambie, pero no, me niego. Habrá muchos domingos para avergonzarnos de todo esto, pero al menos por un día, disfrutemos del tiempo, compartamoslo con los que queremos, hagamos que pasen cosas que algún día nos saquen una sonrisa o nos emocionen, todo sólo es cuestión de tiempo. 

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