Todo por escrito

Vidas de perro

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

El otro día me encontré con una antigua compañera del instituto y, mientras rememorábamos viejos tiempos, me habló sobre otra amiga común a la que hacía años que no veía.

-Mírala, es que no parece ella -me dijo mientras me enseñaba una foto suya en el móvil-. Se ha puesto morros y se ha hecho una liposucción. ¿Te acuerdas de cómo estaba ANTES?

-¿En el instituto dices?

-Sí, claro. Estaba el doble de grande. La pobre no se atrevía ni a hablar. Ahora va de sex symbol, con todos esos retoques y vestidos ajustados, pero a nosotras no nos engaña. Sabemos quién es realmente. La conocemos de ANTES. ¡Quién se habrá creído!

Aquella conversación me dejó bastante cabreada. No tanto por la crítica fácil al físico de la aludida, como por el énfasis en el ‘ANTES’ que hizo mi antigua compañera. No importaba que hubiesen pasado veinte años y que el mundo y nosotras hubiésemos cambiado por dentro y por fuera. Ella se había quedado anclada en el pasado, un lugar al que volvía una y otra vez para convencerse de que nada había cambiado. Quizá quería sentirse superior, pero en su lugar pareció frustrada.

Tengo una teoría: las personas que viven en el ayer, que no superan el pasado, se reencarnan en perros. Sí, en su siguiente vida serán animales de cuatro patas con existencias circulares que comen, hacen sus necesidades, duermen y vuelta a empezar. Porque quien cree que el presente no tiene nada que enseñarle y no entiende que cada día es una oportunidad para evolucionar, está condenado a repetir el ciclo vital y comenzar por un nivel más básico: el de perro. Sé que es una teoría controvertida (no está respaldada por la OMS ni por el CIS), pero es la que tengo.

Atrincherarnos en el pasado como zona de confort o criterio de verdad irrefutable al que acudir para confirmar nuestros prejuicios nos limita y amarga. Además, los adictos a la nostalgia, los que viven enganchados al ayer, niegan al otro la posibilidad de cambio y progreso (quizá por su propia incapacidad para cambiar).

A diferencia de los animales, el hombre está inacabado y debe dedicar su vida a construirse y decidir cada día. La angustia de la libertad es el punto ineludible del que partimos todos. A veces es difícil disfrutar del presente y mirar con ilusión el futuro, pero como dice un sabio amigo mío, «la vida se vive siempre hacia delante». Quedarnos anclados en el pasado nos condena a una vida de perro. Puede que sea cómoda, pero no deja de ser un simulacro de vida. 

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