CALEIDOSCOPIO

Noche de paz

Un año más, la popular canción navideña vuelve a escucharse por todas las partes renovando ese sueño de paz que todos sabemos imposible

Los palestinos lloran a sus muertos mientras Israel sigue atacando Gaza.

Los palestinos lloran a sus muertos mientras Israel sigue atacando Gaza. / EFE

Julio Llamazares

Julio Llamazares

El villancico compuesto hace más de 200 años por un sacerdote y un maestro de escuela y organista austríacos y que está considerado el mejor de todos los tiempos vuelve a sonar estos días renovando el sueño de la humanidad de lograr la paz en el mundo. Un sueño que nunca llega, pero que no por ello deja de perseguir.

Desde que el mundo existe la humanidad anhela vivir en paz, pese a lo cual las guerras nunca han cesado, lo que contradice ese anhelo humano o tal vez demuestre nuestra incapacidad para materializar los sueños. Platón ya lo sospechó cuando escribió que el fin de la guerra es la paz y a lo largo de los siglos diferentes filósofos han abundado en la misma idea, desde San Agustín de Hipona (“El propósito de la guerra es la paz”) a Kant: “La paz no es un ideal de la razón sino de la imaginación”. De fondo queda la frase inquietante del griego Heráclito, quien ya hace 2.500 años dejó dicho: “La guerra es el padre de todas las cosas”.

Pese a ello, en estos días, un año más, la popular canción navideña vuelve a escucharse por todas las partes renovando ese sueño de paz que todos sabemos imposible, pero que no por ello deja de alimentar la ilusión de una humanidad que en la noche se agita temblando de miedo ante el ruido de las explosiones en Ucrania o en Palestina y por el día asiste estupefacta a las imágenes de personas sangrando o desmadejadas en las trincheras o entre las ruinas de los edificios bombardeados de Gaza o de cualquier otro lugar del mundo. Mientras en la televisión la violencia y la muerte salpican nuestros comedores en la calle suenan los versos utópicos como desde que se escribieron en 1816: “Noche de paz, noche de amor/ Todo duerme en derredor/ Entre los astros que esparcen su luz/ viene anunciando al niño Jesús/ Brilla la estrella de paz/ Brilla la estrella de paz...”

Entre la pena y la nada elijo la pena escribió William Faulkner y yo me acojo a su decisión para no renunciar a una utopía que cada generación que pasa se muestra más irrealizable, pero cuya negación haría de este mundo un lugar más inhóspito y de la convivencia humana algo todavía más difícil de lo que viene siendo desde que la practicamos. Con sus pasos hacia atrás y hacia delante, la humanidad algo ha avanzado en esa materia pese a que gente con mala memoria se empeñe en demostrar que no es así tanto a pequeña escala (nacional, local) como desde la perspectiva entera de un mundo cuya deriva algunos de sus dirigentes pretenden corregir antes de que se desintegre. La verdadera bomba nuclear ya no son solo las religiones o las ideologías, que al chocar entre ellas provocan un sobrecalentamiento de las pasiones humanas, ni siquiera la pobreza y los desequilibrios económicos. La verdadera bomba nuclear en este momento es la voracidad de la humanidad por seguir creciendo a toda costa cuando ya sabemos que el mundo tiene un límite y que, si lo traspasamos, saltará por los aires como en Hiroshima solo que entero. Ya lo dijo el propio Einstein: “La tercera guerra nuclear no sé cómo será, pero sí que la cuarta lo sería con piedras y palos”. Así que habrá que seguir soñando y cantando ese villancico que un humilde sacerdote y un maestro de escuela y organista de la iglesia de un pueblo austríaco compusieron hace ya 200 años: “Noche de paz, noche de amor/ Todo duerme en derredor/ Entre los astros que esparcen su luz/ viene anunciando al niño Jesús/ Brilla la estrella de paz/ Brilla la estrella de paz...”