Memorias

Hay tantas cosas de mi situación actual que no quiero perder, tantos momentos diarios, casi insignificantes, que algún día significarán tanto

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Con los años nos damos cuenta de que la memoria es engañosa y traicionera, además de selectiva. El tiempo perturba, reemplaza y hasta borra los recuerdos. De ahí que no sea del todo fiable y honrado acudir a nuestras memorias para evocar otros tiempos.

De forma anecdótica, es curioso como la gran mayoría de madres y abuelas que conozco, al relatar el momento de su desposorio, se inmortalizan siempre más delgadas que nunca. «Cuando me casé pesaba solo 50 kilos». Me pregunto si es que se puso de moda pesarse antes de la boda o si este ritual formaba parte del protocolo por aquel entonces. Seguro que les suena familiar… También ocurre esto con los hijos. «No me dio ni una mala noche». Permítanme que lo dude.

Yo creo más bien que la memoria es tremendamente optimista, y perpetúa y pondera lo bonito y lo bueno -incluso es lógico, por mero instinto de supervivencia- por lo que me permito poner en tela de juicio la veracidad de algunos de estos recuerdos.

Recuerdos que, en muchos casos, se borran o se archivan en un espacio tan escondido de nuestro cerebro al que no tenemos acceso cuando queremos y, de algún modo, los perdemos; aunque sea temporalmente.

Hay tantas cosas de mi situación actual que no quiero perder, tantos momentos diarios, casi insignificantes, que algún día significarán tanto. Algunas de las ocurrencias de mi hijo antes de dormir, las primeras veces de la pequeña Julia, confidencias y risas caseras con El hombre del Renacimiento... Momentos que seguramente en algunos años yo no recordaré y que tampoco podrán formar parte de la vida de mis hijos porque no podré contárselos.

De este modo, desde hace algún tiempo y después de mucho pensar para encontrar una solución, he comenzado a anotar algunas de esas pequeñas vivencias en unas libretas a las que denomino Memorias y, como si de una especie de diario se tratase, anoto y apunto aquello que no quiero que quede en el olvido.

Anoto, por ejemplo, a qué edad compramos el primer reloj de Alejandro, con 4 añitos. Escribo el nombre de sus mejores amigos y sus seños. Apunto cuál fue el primer disfraz de mi hija. Su primera palabra. También sus canciones y juguetes favoritos. Registro los regalos más especiales, sus gracejas y expresiones… Un montón de detalles cotidianos que algún día, cuando mi memoria falle, se convertirán, estoy convencida, -junto a las miles de fotografías que guardo- en una especie de maravillosa herencia.

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