Limón&Vinagre

Ana Rosa Quintana: Princesa de las tardes

Ana Rosa es pasión y odio, cambio de canal o fidelidad gatuna. Ana Rosa encrespa y pontifica, entrevista o interroga, masajea o pone en aprietos

Ana Rosa Quintana, tras recibir la Medalla de Honor de Madrid, en mayo.

Ana Rosa Quintana, tras recibir la Medalla de Honor de Madrid, en mayo. / Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

José María de Loma

José María de Loma

La televisión es nutritiva, decía una vieja canción de Aviador Dro. Pero qué duda cabe que unas veces alimenta más que otras. Telecinco se estaba viendo baja de nutrientes, anémica, agotada en su fórmula. Empachante. Y ha decidido mutar, ponerse a régimen familiar y tomar tres tazas, o más, al día, de directo. Se le está quedando tipín a Telecinco, que incluso ha evacuado a Jorge Javier Vázquez, que tanto engordó audiencias y haciendas en otro tiempo.

Y en ese regurgitar, cambiar y ordenar, en medio de esas analíticas en las que el nivel de espectadores daba bajo, el canal, que ahora se parece algo a lo que ellos llamaban «la cadena triste», ha enviado a Ana Rosa Quintana, una marca en sí misma, a la tarde. Como quien envía a un soldado veterano a conquistar una colina de valor estratégico medio.

No es la noche, no es el prime time, no es la mañana, donde reinaba; es la tarde, terreno difícil, menos político, tendente a la siesta del espectador. O al tardeo genuino: gintónic a media tarde después de una comida con los compañeros e incluso amigos. Y ahí está AR (cuando uno es y se le conoce por un acrónimo, o es la Renfe o se ha consagrado) de lunes a jueves. Innovando en lo que a semana laboral se refiere, encarnando el sueño del españolito medio y del no medio: trabajar cuatro días a la semana y no madrugar. Trabajando menos para cuidarse más, hace bien, acusando también el peso de los años currados. Con menos política, terreno en el que estaba cómoda. No como moderadora ni moderada. Como agente político conservador liberal. Un poco escorada al antisanchismo. Un poco, dice.

Confusiones

Una gran profesional que estuvo a punto de confundir carisma con caudillismo. O no tanto. Influencia con injerencia. Ana Rosa predica. Ahora lo hará desde la tarde, lo hace ya desde hace unos días. Pero si en los dominios de Felipe II, eso sí que era reinado, no se ponía el sol, en los de Ana Rosa sí se pone el Sonsoles. No es que la eclipse, pero le está ganando la partida algunas tardes. Con más audiencia y hasta vivacidad, sin que Sonsoles Ónega sea un prodigio televisivo, pero sí alguien que aprende rápido y tiene buen equipo. Tiene un ‘Limón & vinagre’ para ella sola esta Sonsoles, periodista de raza y garra, linaje y, puedo prometer y prometo, prometedora aun habiendo cumplido ya los 45. AR ha pasado de reina de las mañanas a princesa de las tardes. El 18 de septiembre llegaba TardeAR a Telecinco, y lo hacía con un 11,3% de audiencia. El resto de días, bajando la expectación, se movió en el 10,4. No es poco pero no es mucho. No es la primera algunas tardes.

Pero el duelo a primera sangre para reinar en las llanuras vespertinas no ha hecho más que empezar para esta madrileña de Usera, millonaria por sueldo y por empresaria. Tiene su propia productora, que lo que produce, sobre todo, son millones. AR ha tenido una larguísima carrera, comenzando a finales de los 70, primeros 80, en Radio Nacional. Ha hecho mucha tele, Antena 3 incluida, ha sido corresponsal en Nueva York, ha presentado programas meramente de espectáculo y protagonizado sonoros escándalos, lo cual es un pleonasmo quizás, dado que los escándalos de verdad, como plagiar un libro o sus líos con Villarejo, o son sonoros o no son escándalos.

Supo sobreponerse de algo que en este tiempo tal vez hubiera supuesto la cancelación: plagiar. Fue culpa de su cuñado. Qué papel tan decisivo tienen los cuñados en este país. Incluso fuera de las cenas de Navidad. Incluso fuera de los grupos de WhatsApp. O sea, que tampoco había escrito ella misma el libro. Abandonadas las ínfulas literarias, Sonsoles sí las tiene y además goza de éxitos y de algunos premios, se centró en la televisión. Así daba gusto a los envidiosos, que no perdonan que alguien sepa hacer dos cosas distintas y brille en las dos.

Ana Rosa es pasión y odio, cambio de canal o fidelidad gatuna. Ana Rosa encrespa y pontifica, entrevista o interroga, masajea o pone en aprietos. Es todo un estilo en sí misma, y quizás estaba teniendo ya demasiada influencia. Jugaba no solo en la liga de los magacines matutinos televisivos, también en la de los Alsina y Herrera: tertulianismo pop sesgado a la derecha con algunos periodistas progresistas. Debió de pensar que más vale tarde que nunca. Más vale la tarde que desaparecer de las pantallas. Nueva etapa a los 67 poniendo toda la carne no en el asador, en la parrilla. Televisiva. Trasladando sus filias y fobias de franja horaria. Una mala tarde no la tiene cualquiera.

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