Diario apócrifo

El pase a la reserva

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Cuando estoy entretenido, casi me encuentro a gusto en Abu Dabi, esa es la verdad. Solo pasa cuando vienen a verme familiares o amigos o cuando me invitan a alguna fiesta o recepción en Palacio. Pero hoy es otro de esos días tediosos en los que la casa se me cae encima y hasta les suelto exabruptos a los fisios durante la sesión. ¿Qué culpa tendrán los pobres? Con lo que se esmeran conmigo. Cuando estoy así de renegón me da por acordarme de cómo empezaron a ir mal las cosas, realmente mal. Debí darme cuenta a tiempo. Corinna se atrevió a quedarse con los cien millones porque ya no temía mis represalias. Está claro que en cuanto te bajas del pedestal empiezas a perder poder. Me lo decían los militares cuando Franco aún estaba vivo y un general era alguien muy poderoso en España. «En cuanto pasas a la reserva, se acaba todo tu poder. Ya nadie se acuerda de ti». Me costaba creerlo, pero a mí me ha pasado. Fue abdicar y ya había quien se atrevía a quedarse con mi dinero.

No solo fue Corinna con los cien millones de dólares, también ese bróker mexicano, un tal Sanginés Krausse, que se quedó con otros veinte millones míos. Así, por la cara. Le encargué que me los pusiera a buen recaudo y dijo que eso haría. Me iba poniendo unos cuantos miles de euros para mis gastos en una cuenta de un banco español a nombre de un propio cada vez que yo se lo requería. Pero pasaba el tiempo y no me mandaba un estado de cuentas como Dios manda. Yo confiaba en que esos veinte millones habrían engordado como se espera que los haga engordar un buen tratante, como hacía Fasana. Y cuando le pido el estado de cuentas ¿pues no va el tío y me dice que se habían evaporado? Así, como se oye, E-VA-PO-RA-DO. Que si la inversión había sido un error, que si no había manera de recuperarlo… Si lo llego a tener delante de mí, juro que lo habría estrangulado con mis propias manos.

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