Diario apócrifo: repaso

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Las regatas han tocado a su fin. Pero, aunque el tiempo se ha torcido un poco, he disfrutado de lo lindo. En Abu Dabi, casi lo único que me saca de mi rutina son las visitas de mi médico particular, que va de vez en cuando a verme desde Barcelona. Ya más que un médico es un amigo personal. Eso sí, un amigo un poco cabroncete que me prohíbe muchas cosas. Menos mal que yo le hago caso hasta donde me parece y me salto algunas de sus reglas a la torera, que hay que vivir. Pues no me he puesto yo bien de marisco estos días. Y, si le hubiera preguntado a él, me lo habría prohibido. Que si el colesterol, que si los triglicéridos, ¿qué se yo? Pero paso buenos ratos con él y además me anima mucho, siempre me dice que estoy muy bien y para durar mucho. Bueno, pues voy a seguir repasando mi trayectoria, que parece que solo yo me acuerdo de todo lo que tuve que pasar hasta que se asentaron en España la democracia y la Corona. Fueron procesos paralelos.

Gran dificultad tuvo convencer a Franco de que me nombrara sucesor. Al viejo siempre le costó tomar decisiones que no fueran simples reacciones frente a los que consideraba sus enemigos. Y conforme iba envejeciendo, más le costaba. Llegó un momento en que parecía estar decidido a nombrarme oficialmente su sucesor. Apretábamos por todos los costados. He de reconocer que Carrero Blanco y López Rodó estaban totalmente convencidos, por distintos motivos uno y otro, de que yo debía suceder a Franco con el título de Rey. Pero no fue nada fácil convencerlo. Su cantinela era siempre la misma: «Todo se andará en su momento», y de ahí no lo sacaba nadie. Menos mal que me mentalicé de que tenía que armarme de paciencia. Y en eso Sofía supo estar conmigo.

Llegó el día y por fin fui nombrado sucesor. Fue como hacer cumbre después de una larga ascensión. Un enorme alivio. Entonces ignoraba que con el nombramiento no se habían acabado mis zozobras. Se publicó el nombramiento y se celebró el acto correspondiente con los discursos de rigor. En el mío había metido cuchara todo el mundo, especialmente López Rodó, que había estado trabajando en él desde hacía mucho tiempo. Hay que ver lo persuadido que estaba de su valía. Le hice unos pequeños cambios, más que nada para reafirmarme y que nadie me tomara como su marioneta. De eso ya tenía bastante con el viejo.