Opinión | Café con moka

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María Manzanera nos hizo reflexionar sobre la importancia de las raíces, de la belleza que nos nutre y ata a nuestros ancestros, una belleza y riqueza tremendamente simbólica y profunda

La fotógrafa María Manzanera.

La fotógrafa María Manzanera. / Juan Carlos Caval

Hay en mi casa una obra que me fascina. Estaba mucho antes de que yo llegase a ella. Elegante y misteriosa. Colmando toda una pared con su mezcla de sugerencia y abstracción. Incluso demasiado vanguardista para los gustos del Hombre del Renacimiento.

Esta fotografía, descubrí tiempo después, fue un trueque de trabajos que él mismo hizo con la fotógrafa y profesora María Manzanera en una noche memorable, junto a otros artistas, bajo nuestro patio -entonces solo suyo- emparrado.

La instantánea procede de un trabajo experimental en el que Manzanera cogió diferentes objetos y los tamizó con una diversidad de materiales, especialmente papel de seda. Y este objeto en cuestión es -no es tan fácil de percibir si no dedicas una mirada relajada- un zapato de tacón. Es un cuadro moderno, poderoso en envergadura y presencia, y nació de una mujer que nos acaba de dejar y que, como me cuentan, desprendía grandeza en su apariencia frágil, como de pequeño pájaro ante su primer vuelo.

María Manzanera es de esas mujeres -que tenemos unas cuantas- de las que esta Región debe estar orgullosa. Discreta en muchos momentos de su vida, inadvertida en otros, pero manteniendo siempre un ritmo constante de trabajo. Mirando la vida a través de su cámara, pero no solo en su gran fascinación por París y Nueva York, sino también por nuestra ciudad, por la ciudad de Murcia y su huerta. Fue recogiendo en imágenes la belleza de un paisaje que sabía finito. Nos hizo reflexionar sobre la importancia de las raíces, de la belleza que nos nutre y ata a nuestros ancestros, una belleza y riqueza tremendamente simbólica y profunda, mucho más honda que lo que está semana de Fiestas de Primavera intenta ensalzar. Retrató como nadie, y bañada en nostalgia, la vida amenazada de acequias, monumentos centenarios y naturaleza. También a ella debemos un gran afán de coleccionar, conservar y difundir fotos antiguas de nuestra tierra.

Sin duda, cuando personas así nos abandonan, dejan una ciudad, una Región y un lugar huérfanos de algún modo; afortunadamente, nos legan un futuro y una herencia en su trabajo que nos acompañará siempre.

La vida tiene estas paradojas: mientras nos decía adiós esta gran mujer, el Museo Arqueológico desplegaba una exposición suya que ahora recibirá más visitas de las esperadas. Y yo, en la pared de mi casa, vislumbró esa fotografía de un tacón poderoso, como la mirada de esta mujer que se ha apagado, pero que nos sigue enseñando a abrir los ojos.

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