Cultura

Muere María Manzanera, amante de la fotografía en todas sus formas

También era una gran coleccionista de imágenes antiguas con las que definió la historia gráfica de la Región

María Manzanera, en febrero,  durante la inauguración de su  última exposición.

María Manzanera, en febrero, durante la inauguración de su última exposición. / Juan Carlos Caval

Asier Ganuza

Asier Ganuza

María Manzanera era una rara avis. Demasiado teórica para los fotógrafos; demasiado fotógrafa para los teóricos. Pero es que en sus 78 años de vida -los que pasaron desde el año ‘46 hasta este triste jueves- nunca supo separar el arte de la investigación; para ella, ambas eran una misma cosa: fotografía, y eso no todos lo entendieron. Pero tampoco le importaba. No porque fuera libre (que también), sino porque, aún las diferencias evidentes que la distanciaban estilísticamente de otros colegas, siempre gozó del respeto de la comunidad fotográfica. Y el motivo es bien sencillo.

«Por encima de todo eso está el amor que siempre demostró por la fotografía. Ya fuera como creadora, investigadora, profesora o coleccionista, siempre puso su corazón al servicio de esta disciplina». Quien habla es Juan Manuel Díaz Burgos, otro de los grandes maestros de la Región, un hombre cuya forma de entender el arte poco o nada tenía que ver con la de Manzanera; o, al menos, superficialmente. Porque la esencia es la misma: «Aunque transitáramos distintos senderos, compartíamos ese amor. Y en ese sentido, siento muchísimo su pérdida», aseguraba el cartagenero en palabras para La Opinión, poco después de saber del fallecimiento de la murciana.

Recordaba el reputado artista que, aunque ya antes habían tenido contacto, su relación con Manzanera comienza a estrecharse cuando se le encarga dirigir el Centro Histórico Fotográfico de la Región de Murcia, a comienzos de siglo. «Como es lógico, enseguida me puse en contacto con ella», apunta Díaz Burgos. Porque nadie mejor que ella para definir la historia de la fotografía en la Región, al margen de que en lo artístico tomaran caminos diferentes. El de la ciudad portuaria se ha centrado en descifrar culturas que nos son ajenas –especialmente, las de Latinoamérica– a través de su cámara, buscando lo místico que se esconde entre lo cotidiano, mientras que la murciana pasará a la historia como la gran fotógrafa de nuestra huerta, pero no desde una perspectiva sociológica (sino, más bien, natural). Es decir: de lo lejano a lo de aquí, del hombre a la tierra.

Y para descubrirlo, solo hay que acercarse al Museo Arqueológico de la capital del Segura. Allí inauguró a finales del pasado mes de febrero la muestra A través de la cámara, un último regalo; una exposición antológica que la define a la perfección por medio de sus fotografías, pero también de su archivo. Porque, permítanme que insista: para María Mazanera hacer fotografía también era estudiarla, recuperarla y contextualizarla, y en este sentido, este proyecto no solo incluye una selección representativas de sus ‘capturas’, sino también un ejercicio de reconstrucción de nuestra historia reciente (de la de la Región) por medio de imágenes de otros; documentos que recopilaba casi con más fruición que sus propias fotografías.

Así que sí, era una fotógrafa diferente, y, por tanto, especial. De hecho, la muestra citada en el párrafo precedente –que sigue abierta– es la primera antológica dedicada a una fotógrafa murciana, y está basada en una tesis doctoral a cargo de Laura Cano que es la única monografía hecha hasta la fecha de un fotógrafo (hombre o mujer) en activo. Pero es que «los misterios de sus sorprendente actividad científica» –como apuntaban desde la Consejería de Cultura en la nota que presentaba la exposición– son patrimonio histórico-cultural de Murcia; de ahí que su muerte haya ‘tocado’ a tantos, ya fueran amigos o meros conocedores de su incansable trabajo.

Dignificar la fotografía

«Quiero expresar mi agradecimiento a todos aquellos que van a mi exposición. Estoy realmente contenta de ver la cantidad de personas que van, y se interesan por las fotografías, preguntan por su técnica, por los motivos para hacer esa serie o por otras muchas cosas. Las ven con interés y admiración y para mi eso es extraordinariamente gratificante, significa que las ganas de saber sobre la fotografía no han muerto, no han pasado, sigue interesando cómo se revelaba o cómo surgió un daguerrotipo», señalaba Manzanera en su página de Facebook poco después de la inauguración de A través de la cámara; un texto breve pero que dejaba a las claras su voluntad didáctica y, sobre todo, ese amor por la fotografía del que hablaba Díaz Burgos y que traspasa estilos.

Porque ella siempre prefirió no adherirse a ninguna corriente, ni estilística ni técnica. Lo decía incluso en su página web. «Creo que se valora excesivamente la técnica y desgraciadamente se olvida el contenido, se olvida que las fotografías tienen que tener ‘alma’», decía, y por eso cuando ponía su ojo tras la mirilla solo se guiaba por aquello que «sentía» la «necesidad» de captar. Y eso la llevó a hacer fotografía urbana y a viajar por distintas latitudes, aunque lo que más le motivaba era captar la belleza que guarda la naturaleza de la huerta de Murcia. Y lo hizo durante más de medio siglo, desde el arranque de los años setenta, cuando prácticamente solo se guiaba por la vocación.

Sin embargo, en paralelo a su actividad puramente fotográfica, Manzanera se formó; tanto como para llegar a ser doctora en Historia del Arte, con la especialidad en Fotografía. Eso le valió para convertirse en responsable de la Sección de Fotografía del Centro de Recursos Audiovisuales de la UMU y para ejercer como profesora de esta materia y de cinematografía en distintas universidades. Además, creó Univerfoto, el que fue el primer festival de fotografía de Murcia, y firmó numerosas publicaciones que terminaron siendo referencia. Y lo estuvo haciendo casi hasta el final, como demuestra la exposición del Arqueológico. Porque lo suyo con la fotografía no era profesional, sino personal y muy íntimo; algo inseparable de su ser. Y eso es lo que ayer todos destacaban de Manzanera. Por eso el único consuelo que les quedaba a sus colegas, pese a que «todavía le quedaba mucho por decir» –como apuntaba Díaz Burgos– es que, al menos, «ella lo sabía, sabía lo respetada que era».