Opinión | Café con moka

Matanza de inocentes

Cuando se va a cumplir medio año de la feroz y brutal guerra en Gaza, debo reconocer que me siento más alejada que nunca de las instituciones internacionales que, en teoría, defienden y protegen los derechos fundamentales y humanos. No soy experta en Relaciones Internacionales, ni mucho menos, y tampoco, seguramente, alcanzaré a entender los complejos mecanismos que rigen el comportamiento de organismos y gobiernos en un complicado escenario geopolítico.

Sin embargo, lo que sí que jamás concebiré es el asesinato consentido de cientos de miles de civiles inocentes. Crímenes contra la humanidad que deberían ser la principal preocupación y ocupación de naciones, ejecutivos y cuerpos diplomáticos de todo el planeta. Víctimas, en su mayoría niños, que pierden la vida en una lucha agónica contra el hambre y la sed.

Es precisamente ahora, también, más de 31.000 muertos después, cuando Los Veintisiete andan reunidos en Bruselas con el objetivo de alcanzar unas conclusiones y posición del Consejo Europeo algo más ‘contundentes’ que cualquier manifestación hecha hasta la fecha. Aún así, me parece que hacer un llamamiento al ‘cese de las hostilidades’ sigue siento un auténtico despropósito. Será una cuestión semántica, o no, pero se necesita mucha más determinación y contundencia para acabar con esta catástrofe humanitaria.

Más rotundidad contra quienes están violando todas las ‘leyes de la guerra’ —o lo que es lo mismo: el derecho internacional humanitario— que establecen lo que ‘se puede’ y ‘no se puede hacer’ en un conflicto armado con el objetivo de minimizar el sufrimiento humano y proteger a la población civil.

Más firmeza contra quienes atacan y asedian a inocentes de forma ilegítima en hospitales y mientras intentan recibir alimento o impiden el acceso de la ayuda humanitaria a una población desnutrida, hambrienta y enferma.

Y es que si hablamos de cifras, en Gaza, el número de menores asesinados durante estos meses, casi 13.000, supera al de niños muertos en las guerras de todo mundo durante los últimos cinco años.

Pero si hablamos de dolor, de sufrimiento, se escapa a cualquier medición o parámetro. No hay más que recordar el rostro o la mirada de tan solo uno de los miles de pequeños que sucios y desnutridos deambulan aturdidos, perdidos y desorientados en mitad de esta auténtica barbarie. O los que se aferran a los cuerpos sin vida de sus familiares. Los rostros y las miradas del terror más inhumano en esta guerra contra la infancia, en esta matanza de inocentes.