Opinión | El retrovisor

Lucifer encadenado

Horroriza pensar en la eternidad de la nada, en ese sin saber el porqué y el para qué

El demonio en la murciana procesión del Resucitado, 1962. Archivo TLM

El demonio en la murciana procesión del Resucitado, 1962. Archivo TLM

Es del todo curioso que sean los ateos los que más tiempo dedican a hablar de Dios y de la resurrección de la carne. Resulta muy triste pensar que, después de la vida, no existe excepto la nada. Conforme pasan los años y uno va despidiendo a amigos, familiares, vecinos e incluso enemigos (sin enemigos la vida resultaría aburridísima, ya lo dijo Romanones), se acentúan las reflexiones acerca del devenir.

Es en un domingo como hoy, cuando la idea de la redención se hace más patente, ya lejana la juventud, y cuando la esperanza sustituye a la ilusión de los días ardientes. Es ahora cuando el miedo aprieta y pienso en la resurrección de mis carnes; el aspecto físico –incluido el espiritual– que luciré cuando el arcángel de servicio toque la trompeta triunfal de la vida sobre la muerte. No sé si sabré escoger el atuendo adecuado para semejante evento; por no saber, no sé ni a qué edad despertaré del sueño eterno, ¿en la plenitud de los treinta o con la demencia senil de una vejez a la que ignoro si llegaré?

Horroriza pensar en la eternidad de la nada, en ese sin saber el porqué y el para qué. Por eso nunca me hice comunista, su oferta eterna dejaba mucho que desear por muy de moda que esté el ser progresista. Prefiero pensar en un sepulcro vacío y en las galas del triunfo de la vida eterna, aunque sea en otra dimensión o en alguna forma singular, como pueda serlo un bicho unicelular. Si la muerte es un pánico absoluto, mucho peor es la idea de la inexistencia a perpetuidad.

Imagino el cielo como un valle, mejor aún, como la luminosa huerta de Murcia en primavera, con mucha gente de pelo ondulado, rubio como el oro, de mofletes sonrosados por la felicidad y por las exquisitas viandas que aportan la bondad y el amor; envueltos en holgadas túnicas blancas de algodón egipcio, con alas refulgentes que superan la altura de la cabeza de quien las porta, deambulando de aquí para allá, entre limoneros cuajados de azahar. Algo así como la Trapería, pero en paraíso, un lugar donde nadie se saluda, ya que no hace falta quedar bien con el prójimo de nuestros amores.

De niños nos metían el miedo en el cuerpo con el demonio, aquel ángel caído por la vanidad y la soberbia; con sus cuernos y su rabo de dragón; serpiente repugnante que se llevó al huerto a una señora de voluntad débil que hizo la Pascua a sus herederos. 

El paraíso son las vacaciones completas y pagadas. Es posible que tanta felicidad en el Edén sea perjudicial, que no admitamos la perfección total, que lleguemos a echar de menos los defectos más sublimes que conlleva la existencia. En el cielo (si llego hasta él, que es mucho decir) saltaré entre nubecillas aborregadas, con una lira entre las manos, cantaré a Machín y a sus Angelitos negros, echaré pestes de mi vida terrenal y gastaré putadas a las generaciones vivas, si es que alguna vez llegamos a saber que estuvimos vivos de verdad.

El mundo, el demonio y la carne corren espantados ante la fosa vacía del Redentor, después de tres días de silencio, de tinieblas y de muerte. Se dice que los más humildes temen menos a la muerte, que se compadrean con ella y que el infierno, de existir, estaría aquí, en un mundo al que venimos en prueba tremenda, con un Juicio Final, ese día en el que nos dijeron que debíamos temer la justicia implacable y la bondad infinita de Dios.

Sí, nos metieron el miedo en el cuerpo. Todavía, al recordar aquellos sermones lapidarios, los dientes rechinan y los huesos tiemblan como castañuelas. Es tiempo de resurrección y de vida. En este domingo conmemorativo de la Resurrección de Jesús miraremos su luz, la claridad que ofrece la fe, alejando de un manotazo las telarañas de un tiempo oscuro, medieval y represor. 

Jesús, el hijo de Dios, con su Pasión y Muerte nos abrió el camino de la esperanza, aquí y en el más allá. Cristo ha triunfado sobre el mal y la muerte. 

Bendito sea Dios.

Suscríbete para seguir leyendo