Opinión | Pintando al fresco

Tambores de guerra

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. / EFE

Se decía que los que nacimos en la postguerra civil íbamos a ser los primeros en siglos que no sufriríamos una contienda en nuestro país o en otro muy cercano. Sin embargo, últimamente han comenzado a sonar tambores de batalla en Europa y por lo tanto aquí también.

La repugnante agresividad del líder ruso Putin y su invasión a Ucrania y la masacre de Gaza han ido evolucionando desde un reproche generalizado hasta lo que consideran nuestros gobernantes europeos como una posibilidad de que la guerra se extienda a otros países. En España se habla poco de ello todavía, aunque ya comienzan a oírse voces –la de la ministra de Defensa, por ejemplo – que comentan cosas sobre la necesidad de estar preparados, de aumentar los presupuestos dedicados a armas y municiones.

Pero, cuenta la gente que vive en Suecia, en Finlandia, en Estonia, etc. que ellos están realmente asustados por las circunstancias que se están produciendo en Rusia, sus afanes expansivos y las proclamas que comienzan a producirse sobre armas nucleares y finales de la civilización, que hay que ser muy animal para decir estas cosas.

Nosotros, los mayores, fuimos preparados para una posible guerra obligándonos a hacer el servicio militar, bien es verdad que se aprendía poco en lo que a técnica militar se refiere. En los Cuarteles de Instrucción, se nos enseñaba a obedecer automáticamente a una voz de mando, gritara lo que gritara, bien fuese ‘cuerpo a tierra’, ‘apunten, fuego’ o ‘más rápido, maricones’. Yo mismo fui cabo instructor en el CIM de Cartagena y tuve que enseñar a los quintos a hacer nudos marineros, a remar, a disparar un fusil y a muchos de ellos a leer y a escribir, pues, en los años sesenta del siglo pasado, todavía llegaban al servicio militar más de un diez por ciento de mozos analfabetos, todos ellos nacidos con el franquismo reinando en España, que no habían podido acceder a una mínima educación.

Es curioso resaltar que hasta para lo de hacer la mili había clases. Casi todos los universitarios hacían un servicio militar que podían compaginar con sus carreras y que les preparaba para mandar, es decir que podían ser oficiales o suboficiales, mientras que el resto tenía que dedicarle a la Patria un tiempo continuado de su vida que llegó a ser de dos años.

Pero, nuestros hijos ya no tuvieron que hacer la mili. Hubo una etapa de transición en la que se permitió la Objeción de Conciencia, así que todavía alguno elegía entre irse a un cuartel o a una guardería a cambiarles los pañales a los niños. Pero lo bueno vino ya a finales del 2002 cuando se abolió el servicio militar obligatorio. O sea, que desde entonces se profesionaliza el trabajo en las Fuerzas Armadas y el que quiere hace carrera militar y el que no se dedica a otra cosa. Por cierto, un buen número del personal de tropa son emigrantes sudamericanos y de otros países.

Lo cierto es que todo esto del militarismo, de las armas y de las guerras se nos había quedado lejos, allá en Yemen, Somalia, Burkina Faso, etc., y aunque a algunos se nos rompiera el corazón al ver esas hambrunas y esos muertos por las luchas de poder, ha tenido que ser la invasión de Ucrania o la masacre de Gaza lo que nos ha asustado de verdad al ver que países como Rusia o Israel son capaces de llevar a cabo las barbaridades que están sufriendo los pueblos agredidos por poderes, ante los cuales, por ellos mismos, no son capaces de defenderse, es decir, que si no reciben ayuda exterior lo perderán todo, sus tierras, sus familias, sus vidas, en fin.

En Unión Europea algunos países hablan abiertamente de armas, de bombas nucleares, de quién la tiene más larga –la distancia de alcance de sus obuses -, y nosotros, los que pensábamos ser la primera generación en siglos que no conocía una guerra cercana nos miramos unos a otros y no sabemos qué decir. Bueno, sí, sabemos decir exclamaciones terribles y tacos muy, muy gruesos, cagondie.

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