Opinión | Todo por escrito

'Pequeñas concesiones', por Gema Panalés

Pasajeros en el aeropuerto de Corvera.

Pasajeros en el aeropuerto de Corvera. / Juan Carlos Caval

Los aeropuertos se han convertido en lugares hostiles. No conozco a nadie que no se sienta un poco maltratado en ellos. Ya sea haciendo las interminables colas, al ser tratado como ganado en el control de seguridad o mientras espera con ansiedad a que anuncien su vuelo, antes de salir despavorido hacia la puerta de embarque con su diminuta mochila.

Hace solo algunas décadas, sin embargo, los aeródromos eran espacios que disponían de todo tipo de comodidades: salas de descanso gratuitas para echarse una siesta, duchas, cines, servicios de planchado, talleres de reparación de calzado, peluquería, etc. Algunos hasta tenían callistas y saunas. 

En nuestros días, los aeropuertos no intentan tener ese aire de barrio que nos acogía con amabilidad, sino que son lugares asépticos que se enorgullecen de despreciar al viajero y sus necesidades. Su filosofía es cuanto más incómodos, mejor. Uno de los aeródromos que más frecuento acaba de sustituir unas mullidas tumbonas por sillas incomodísimas de estética penitenciaria. ¡Bien por ellos! 

Los aeropuertos, símbolos tangibles de la globalización, son uno de los lugares en los que mejor se ejemplifica el maltrato del sistema hacia el individuo. Por no hablar del interior de los propios aviones: sus habitáculos claustrofóbicos y masificados cada vez se parecen más a una cárcel de Bukele. La reducción de centímetros entre asientos y filas parece proporcional a nuestra pérdida de derechos.

Otro tipo de espacio que atestigua que, en estas últimas décadas, hemos ido indudablemente a peor son las viviendas. El ‘minipiso’ más barato de Madrid, que se anuncia en un conocido portal inmobiliario, es un zulo de seis metros con el retrete fuera de la vivienda. El precio: 400 eurillos de nada. Por su parte, en el trabajo la precarización es ya sistémica: tener un empleo ni siquiera garantiza llegar a fin de mes. 

Pero, ¿cómo ha llegado a producirse ese implacable proceso de deterioro? Pues debido a nuestras pequeñas concesiones. Somos a la vez víctimas y cómplices de esa precariedad: un día cedemos unos centímetros de asiento, otro le regalamos unas horillas extra a la empresa, al siguiente nos conformamos con un piso sin ventanas… Así es como llegamos a creer que la vivienda, el trabajo o la movilidad, en lugar de derechos, son un privilegio. 

Si la crisis de 2008 nos hizo hacer concesiones en materia de bienestar, la del Covid nos llevó a obedecer y tragar con las imposiciones del sistema. Dicen que, en el futuro, el mundo real será para los ricos y los pobres tendremos que vivir en el Metaverso. Si seguimos cediendo nuestro espacio y tiempo, al final hasta daremos las gracias por vivir dentro de una pantalla. 

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