Opinión | Todo por escrito

De lo que no se puede hablar

«Vivimos en una especie de autoengaño que nos permite seguir adelante, pero que nos impide imaginar cualquier vía de escape»

Hace unos días, vi en las redes sociales un vídeo que anunciaba la marca de unas conocidas zapatillas deportivas. El protagonista era un anciano triste y abatido, que pasaba sus días en un asilo deprimente. La cosa da un giro cuando el octogenario, que había sido deportista profesional en su juventud, decide ponerse sus viejas deportivas. Sus compañeros de la tercera edad placan al personal del geriátrico con sus sillas de ruedas y el anciano escapa corriendo hacia la libertad. 

El anuncio, que es emotivo e impactante, es un trabajo de publicidad ideado por un estudiante de 26 años que, sin embargo, fue rechazado por la famosa multinacional. La razón a mí me parece obvia: ninguna marca deportiva quiere ser asociada con ancianos y geriátricos. El anuncio es excelente, pero también deprimente. La gente no quiere que le recuerden que va a envejecer y morir. ¡Eso faltaba!

Otro tema que no debe mencionarse es el de la clase social. En España, todos somos clase media. El último barómetro del CIS (marzo 2024) preguntó a los españoles: «¿A qué clase social diría usted que pertenece?» Pues bien, solo el 3,1% de los encuestados se identificó como ‘clase pobre’. Sin embargo, el porcentaje de población en riesgo real de pobreza en nuestro país es del 26%, según la European Anti-Poverty Network (EAPN). Las cifras no cuadran. 

Tampoco queremos reconocer que vivimos atrapados en trabajos alienantes y mal pagados. Nos gusta pensar que somos ‘buenos profesionales’ y sacar barriga en nuestro perfil de LinkedIn. Porque, ¿quién querría a asumir que somos ‘vampiros grises’ -un término acuñado por el británico Mark Fisher- atrapados en monótonas rutinas, que nos chupan nuestra energía vital y nos dejan agotados y frustrados? Resulta más sencillo darse a las benzodiacepinas y seguir en nuestro delirio productivo.

Otra cosa que no soportamos que nos digan es ‘lo mal que lo estamos haciendo’. Según algunos autores, la moralina constante del pensamiento ‘woke’ es contraproducente, ya que puede percibirse como una imposición asfixiante. Otros, sin embargo, sostienen que, cuando se produce un avance social importante, hay que ser machacón y defenderlo con uñas y dientes, ya que la posibilidad de que se produzca una involución siempre existe.

«De lo que no se puede hablar, hay que callar», dijo el filósofo Wittgenstein. Deberíamos preguntarnos por qué nuestra sociedad ha convertido en tabú cuestiones centrales como la vejez y la muerte, la pobreza o la explotación laboral. Vivimos en una especie de autoengaño colectivo que nos permite seguir adelante, como el hámster en su rueda, pero que nos impide imaginar cualquier vía de escape. Pero mejor me callo…

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