8M

Ser o no ser... feminista

Hemos distorsionado tanto la palabra que quizá deberíamos inventar una nueva, sin ningún tipo de contaminación política

Imagen niña en blanco y negro

Imagen niña en blanco y negro

Dos amigas hablan animadamente mientras se dirigen a la manifestación del 8M de su ciudad, parecen contentas, incluso hasta exaltadas. Es la primera vez que acuden a esa cita que cada año congrega a millones de mujeres en todo el mundo, se han comprado una camiseta de color morado para la ocasión con el símbolo de un puño hacia arriba y en su camino hacen una parada para inmortalizar tan insigne momento con un selfi. Mientras se acercan al punto de encuentro una le pregunta a la otra: «Oye, y tú, ¿eres feminista?». Con cara de sorpresa le dice señalando el emblema que decora su pecho: «¡Pues claro!, ¿es que no lo ves?». Y ambas continúan su marcha entre carcajadas y bromas. Esta escena es totalmente real, y aunque sucedió el pasado año, estoy segura de que éste volverá a pasar.

Creo que se ha generado una gran confusión entre la población más joven, en algún momento el sentido de todo se distorsionó y muchas de estas nuevas ‘feministas’ no saben el significado que este movimiento tiene, ni cómo surgió ni cuáles son sus reivindicaciones actuales, ha quedado todo reducido a un color y en muchos casos a una bonita camiseta. En ese vacío que la falta de cultura ha generado en nuestra sociedad se escuchan palabras que han perdido su valor porque quienes están destinadas a escucharlas no saben lo que significan. Cómo van a comprender lo que es el patriarcado si desconocen lo que es, cómo van a hablar de sororidad si ni siquiera saben de la existencia de esta palabra, que el feminismo en esencia no está vinculado a ningún partido político y, por supuesto, que no proclama el odio hacia el otro género.

Recuerdo aquellas clases de Filosofía que allá por los años noventa nos enseñaban a preguntarnos el porqué de las cosas, a no dar nada por hecho o válido y a construir opiniones basadas en el conocimiento. El mito de la caverna de Platón dejó de tener sentido, la oscuridad se apoderó de todo y somos prisioneros de una nueva ignorancia, las redes sociales parecen haberse convertido en la única verdad de las nuevas generaciones, con el consecuente resultado de una población cada vez menos formada y por supuesto menos crítica que obedece al son del hit del momento.

De qué sirve que millones de mujeres, y hombres también, se muevan un día al año si no hay en ellas una conciencia real de lo que están haciendo, qué sentido tiene gritar si lo que dices está vacío, la única realidad es que muchas voces salen a la calle sin saber ni siquiera por qué lo hacen.

Me gusta observar el comportamiento de la gente en general, aprendes mucho de las actitudes de los que te rodean. He comprobado que mientras las generaciones más veteranas han experimentado una evolución mental y física que les ha llevado a una actitud más libre en su concepto de la mujer, sus derechos y posición en la sociedad, los más jóvenes vuelven a repetir patrones del pasado y esto es consecuencia de la desorientación a la que se les ha llevado. Los mensajes no son claros para ellos, los modelos a seguir, tampoco. Se han convertido en autómatas de la tecnología y en ese proceso de modernización han perdido la capacidad de preguntar, de cuestionar el mundo que les rodea, desconociendo en su mayoría lo que sucede a su alrededor.

En esta lucha histórica por la igualdad de derechos ha habido muchas protagonistas cuyas reivindicaciones siguen guiándonos hoy, como la escritora afroamericana Audre Lorde, una defensora de la libertad de la mujer pero también de una igualdad enfocada a cualquier raza, religión o condición. A mitad del siglo XX denunciaba que no sólo existía un modelo de mujer sino múltiples, determinados estos por su clase social, etnia o tendencia sexual, pero en la base de esa diversidad eran iguales y por tanto lo que le hacían a una les dolía a todas. «No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas, incluso cuando sus cadenas sean muy diferentes a las mías», escribió.

Éste creo que es el mensaje más claro que se le puede dar a cualquier mujer hoy, la solidaridad hacia nuestro propio género es la lección más valiosa. No importa si tú no has sufrido ni sufres la desigualdad en cualquiera de sus diferentes caras, si no has sentido el desprecio o el maltrato del otro, la falta de libertad e incluso el no ser dueña de tu propia vida, en algún lugar del mundo para otras muchas el miedo es la única verdad, incluso la muerte, a veces, se les presenta como el mejor final.

La castración femenina sigue siendo una práctica habitual, sorprenden los últimos datos de Unicef: unos 200 millones de mujeres y niñas en todo el mundo –31 países en tres continentes– han sufrido algún tipo de mutilación genital, muchas incluso antes de los quince años, a pesar de que esta aberración está reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos.

En un país como India, donde se produce una violación cada quince minutos, la vida de una mujer vale menos que la de una vaca, y los anuncios de venta de niñas sirias por ocho mil dólares en Arabia Saudí son una triste realidad, un mercado del horror donde sus familias en un estado de pobreza absoluta lo ven como única salida. Algo parecido sucede en Afganistán, los matrimonios entre niños y adultos son pactados por los padres con total normalidad. Casarse con una niña de ocho años cuesta poco más de dos mil euros, ese dinero permitirá comer al resto de la familia. China tampoco se queda atrás en este negocio de vidas. En el mejor de los casos las pequeñas tendrán un ‘buen marido’, en otros tantos, la prostitución será su final.

Hemos distorsionado tanto la palabra feminismo que quizás deberíamos inventar otra nueva que, sin ningún tipo de contaminación política, consiga recuperar aquellas iniciales reivindicaciones de igualdad entre géneros para que la violencia y la discriminación dejen de tener lugar en nuestra sociedad.

No perdamos el sentido de lo que este día significa. Que no quede entre esas jóvenes mujeres la sensación de no saber ni por qué están allí. Cuéntale a tu hija, a tu hermana o a tu vecina para qué salimos a la calle cada 8 de marzo, hazle partícipe de esa solidaridad que ha conseguido romper barreras, el bienestar general depende de ello. Por Ellas, por Nosotras, por todas.

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